Eros salió de la habitación dando un fuerte portazo. Sus pasos resonaron en el pulido piso y su expresión estaba bastante alejada de la calma. Necesitaba controlarse. Necesitaba…
De pronto su mirada se topó con la puerta del despacho de su padre, ese que no había sido abierto hacía años. Los recuerdos de aquel día lo envolvieron de una manera espeluznante.
Se tocó la cabeza con las dos manos, sintiendo un dolor punzante.
“¡Quita ese niño de mi vista!”
“¡Aleja de mí a ese demonio!”
“¡No me toques, mocoso!”
La voz de su madre en diferentes momentos de su infancia, tratándolo siempre como si fuera un monstruo, resonó en su cabeza.
No, nunca conoció el amor maternal y si Lena Becker no había atentado contra su vida antes, solamente había sido porque su padre no se lo permitió.
Pero su padre sí era un monstruo y él lo sabía, lo había visto en acción. Él era el hijo del monstruo y eso lo convertía en su igual.
“¿O es que acaso… me vas a violar?”
Rubí parecía esperar lo mismo de él…
¿Por