—¡No! —se rehusó casi al instante—. ¿Quién crees que soy? No soy ese tipo de persona.
—Entonces no vengas aquí a ofrecer soluciones que simplemente no puedes dar, maldita hipócrita —y con eso estiró la mano y la jaló del pelo, haciendo que su cabeza palpitara por el dolor.
Por primera vez, Luciana Visconti intervino diciéndole a su marido:
—¡Suéltala ya, Mauricio!
El hombre la observó con rabia antes de que intercambiaran una mirada de complicidad que parecía decir más que las palabras. Algo tramaba aquella mujer y Mauricio pudo notarlo.
Rubí sintió cómo su cabello era liberado y respiró con alivio. Luego, para su absoluta sorpresa, su madre se inclinó frente a ella.
—Creo que es momento de que tengamos una conversación tú y yo —anunció con seriedad.
—¿Una conversación? —le resultó inevitable fruncir el ceño. No recordaba cuándo había sido la última vez en que su madre la había tratado de esa forma, de la forma en la que se suponía debería de hacerlo una madre.
—Vayamos dentro