—Lo siento… —sollozó, ocultando su cara entre sus manos. Justo en ese instante sentía tanta vergüenza de sí misma.
Su esposo se quedó observándola en silencio, mientras su cuerpo temblaba debido a los espasmos producidos por el llanto que acababa de desatarse.
—¿Qué es lo que tanto te gusta de él? —preguntó. No hubo gritos ni reclamos. Eros parecía sorprendentemente contenido y tenía sentido. Después de todo, ellos no se amaban, simplemente habían acordado hacer que el matrimonio funcionara por el bien de ambos.
—No lo sé —se encogió de hombros, mientras se limpiaba los mocos con el dorso de la mano. Su aspecto era seguramente lamentable.
—Debe haber algo que te gustó —insistió él con gesto clínico. Se asemejaba a un doctor a la espera de una respuesta que pudiera apuntar en su libreta de anotaciones.
Rubí recordó esos meses junto a Alberto.
La manera en la que se dedicó a enamorarla.
Con gestos, con cartas, con palabras bonitas aprendidas en lenguaje de seña.
Fue el único que pareció