DANTE
Yo no grité. No al principio. Cuando las puertas se cerraron y la vi caer, cuando el gas blanco la envolvió como un velo fúnebre, algo dentro de mí se rompió. No fue miedo. Fue algo peor. Furia sin dirección. Dolor sin escapatoria. Silencio con dinamita en cada vértebra.
Golpeé el cristal.
Una. Dos. Diez veces.
Hasta que la sangre de mis nudillos cubrió el vidrio como una firma.
—¡ZOE! ¡NO TE DUERMAS, CARAJO! ¡NO TE DUERMAS!
Pero ya estaba perdiéndola. Como humo. Como luz entre barrotes. Sus pestañas cayeron… como un adiós que no pedí. Verona me sujetó el brazo.
—¡Dante! ¡Nos están rodeando!
—¡No me voy sin ella!
—¡Ella no te lo perdonaría si mueres ahora!
Y en sus ojos, lo supe. Tenía razón. Ella querría que sobreviviera… si era para quemar el mundo.
Nos largamos por la escotilla del sistema auxiliar. Ivy cubría la retirada. Verona reventó un cerrojo con dinamita artesanal. Al alcanzar el techo, me detuve. Levanté la cabeza hacia el cielo negro de Berlín. Y murmuré, con los