Dante forcejeaba con un panel de madera junto a la chimenea. Logró abrirlo. Una caja fuerte emergió del muro. Estaba entreabierta. Vacía.
Su expresión se endureció. Cerró los ojos con rabia contenida.
—Se lo llevaron todo —murmuró. Su voz era una mezcla de impotencia y resignación.
—¿Todo? —pregunté, con un nudo apretándome la garganta.
—Los discos duros. El equipo biométrico. El archivo físico. No dejaron nada.
—¿Y ella? —pregunté con un hilo de voz. No me importaban los datos. No me importaba el archivo. Solo ella. Solo mi madre.
Él negó con la cabeza, la mirada clavada en el vacío.
—No lo sé.
Me acerqué a él con los ojos encendidos, la desesperación latiendo en cada palabra.
—¿No puedes rastrearla? ¡Eres Dante Salvatore! ¡Tienes acceso a cosas que la mayoría ni siquiera imagina!
Él me sostuvo la mirada, y por primera vez vi que incluso su poder tenía límites.
—No… si usaron protocolo militar. Y todo indica que lo hicieron.
Sentí cómo las fuerzas me abandonaban. Mis rodillas cediero