**CAMILA**
Un año después.
El taxi avanza por calles que aún guardan el brillo de la primavera. El aire huele a pan recién horneado, a café tostado y a comienzos que parecen posibles. Por la ventanilla, veo cómo los pétalos rosados de los cerezos caen sobre las aceras, como si alguien los hubiera dejado caer a propósito, solo para recordarme que incluso lo que muere puede volver a florecer.
París… El nombre se desliza dentro de mí con una dulzura que duele. Esta ciudad fue testigo de mis risas, de mis heridas, de los amores que quise olvidar y de los que no pude.
Apoyo la frente contra el vidrio y observo cómo los artistas en Montmartre colocan sus caballetes, buscando atrapar esa misma luz que me atraviesa el pecho. Y yo pienso que tal vez todos estamos intentando lo mismo: capturar lo que alguna vez se nos escapó.
Cierro los ojos por un instante y dejo que el murmullo de la ciudad me envuelva.
“Creí que nunca volvería”, susurro, “pero hay lugares que te esperan… igual que los amores