**HENRY**
El eco de la música todavía vibra en mis oídos mientras avanzo por el pasillo lateral. Cada paso resuena contra el mármol demasiado fuerte, como si el mismo suelo se empeñara en delatar lo que siento: un torbellino que me consume por dentro. La sigo sin pensar, porque dejarla ir ahora sería como aceptar una mentira. No después de lo que pasó en la pista de baile.
—Ángela, detente por favor —digo, y mi voz se rompe un poco, cargada de una urgencia que no consigo disimular.
Ella se detiene en seco. Su espalda queda frente a mí, rígida, con los hombros tensos. No gira al instante; me ofrece solo silencio, y ese silencio pesa más que cualquier palabra.
Me acerco un poco, como si ese espacio entre nosotros fuera un abismo imposible de cruzar.
—Dime que no lo sentiste —insisto, la voz enredada entre súplica y reproche—. Porque yo lo sentí, Ángela. Por un instante fue como volver a la academia… a esas miradas que decían todo lo que callábamos.
Entonces, lentamente, gira hacia mí. L