**LEONARDO**
El eco de sus palabras todavía flota en el despacho cuando Santiago me mira con esa seriedad que nunca termina de suavizarse.
—Claro, tienes que hacerlo porque los deseo como padrinos de mis hijos —acaba de decirlo, más en serio de lo que creí.
Me sorprendo al escuchar su propia voz tan firme, y no sé si fue una confesión, una broma o una mezcla de ambas. La risa apenas se escapa de mis labios cuando él arquea una ceja, divertido.
—¿Padrinos, eh? —repito, con media sonrisa—. ¿Y qué opina Andrea de esto?
Santiago inclina la cabeza hacia un lado, como quien guarda un as bajo la manga, y me responde con ironía contenida:
—Entonces tendrás que descubrirlo. ¿Qué te parece si vienes a cenar a casa? Andrea nos está esperando.
Su invitación me desarma por dentro. No esperaba algo tan cercano, tan íntimo… no después de tantos meses sin vernos. La voz de Santiago se mantiene firme, pero detrás de esas palabras late un desafío que no puedo descifrar del todo.
—Está bien —respondo, e