La casa de Alexander estaba llena de vida. Risueñas conversaciones se entrelazaban con el sonido de los cubiertos chocando suavemente contra los platos, y la calidez del hogar se sentía más presente que nunca. Aurora miraba a su alrededor, maravillada por la sensación de estar rodeada de personas que la querían, que la acogían como parte de su familia.
Elena, la madre de Alexander, la observaba con ternura. Desde la primera vez que la conoció, supo que había algo especial en ella, algo que había logrado devolverle la luz a su hijo.
—Te ves feliz, querida —dijo con una sonrisa, sirviéndole un poco más de té.
Aurora la miró con gratitud. —Lo soy. Por primera vez en mucho tiempo, siento que puedo respirar.
Roberto, el padre de Alexander, asintió mientras daba un sorbo a su café. —Eso es lo único que queríamos para él también. Ha pasado por tanto… Verlo así, contigo, nos da tranquilidad.
Alexander, quien se encontraba conversando con Natalia y Mateo, giró la cabeza hacia Aurora