El sonido del reloj en la pared fue el único compañero de Daryel durante el resto de la noche.
Cada tic-tac era un recordatorio del tiempo que se le escapaba, de la trampa en la que Alessandro la había encerrado. La rabia, el miedo y la impotencia se arremolinaban en su interior, pero su rostro se mantenía inexpresible. La soledad, en lugar de romperla, la obligó a agudizar sus sentidos. Y mientras la mansión se sumergía en el silencio de la noche, Daryel comenzó a analizar la situación, no como una víctima, sino como una estratega. Después de largas horas de pensar en sus opciones, el sol se filtró por las altas ventanas, bañando el salón en una tenue luz y pálida. Daryel no había dormido nada. Primero, por la situación en la cual se encontraba y segundo, porque el muy patán ni siquiera tuvo la decencia de proporcionarle un lugar cómodo para descansar. Aunque sospechaba que, esto último lo había hecho como una manera de castigarla y demostrarle quien tenia el poder. Se levantó y caminó por el inmenso salón, sus tacones resonando en el suelo de mármol pulido. Se detuvo frente a una ventana, mirando el vasto paisaje que se extendía ante ella: un jardín inmaculado, un bosque denso y, a lo lejos, el resplandor de una ciudad que parecía un espejismo. Alessandro la había aislado por completo para que, no le fuera fácil huir. Un sirviente ingresó al salón y se acercó, sosteniendo una bandeja con café y un plato de tostadas. - El señor Bianchi me ha pedido que la despierte, señorita. El desayuno está servido. Daryel lo miró de reojo. ¿Despertarla?, pensó con ironía y amargura. - ¿Dónde está mi hermana? - En su habitación por supuesto, señorita. No se preocupe, está bien. La frialdad en la voz del sirviente hizo que Daryel se tensara. Este no era un simple empleado del hogar. No, era un soldado de Alessandro. Era su primer obstáculo. Daryel se sentó en la mesa. Tras haberlo analizado durante toda la noche, había comprendido bien que, no podía escapar de esa mansión por la fuerza. La única forma de salir era a través de Alessandro. Él esperaba que, ella se doblegara ante él. Pues bien, le daría lo que quería, pero solo para su beneficio. El juego mental había comenzado y ella seríaquien, ganaríaal final. Daryel tomó una taza de café, con movimientos lentos y calculados. Tras haber analizado la situación, teníaque, admitir que: por primera vez en su vida, ella no tenía el control de lo que, sucedía a su alrededor. Era Alessandro Bianchi quien, tenía el poder y la ventaja en esa ocasión. Él, quien la despojo de su prometido, seguramente también de su reputación ante los demás y sobre todo, de su libertad. Pero había algo que no le había quitado, y eso era su ingenio y las ganas de luchar por salir de esa situación. De pronto, una nueva determinación se apoderó de ella. Ya se lo había dicho, no se arrodillaría ante él. En cambio, lo que, sí haría, sería enfrentarlo con sus mismas armas: la manipulación y la astucia. Le daría al señor Bianchi la ilusión de que estaba ganando, de que se estaba rindiendo ante sus pies, para poder encontrar una fisura en su armadura, en la coraza de su arrogancia y su poderío. Si algo tenía claro Daryel de ese hombre era que, el imponente y gran Alessandro Bianchi era un hombre obsesionado con el control. Y su mayor debilidad era su propio orgullo y confianza en sí mismo. Así que, la única forma que, tenía de escapar de allí, era aprovecharse de esa debilidad. Le haría creer que tenía el control, que la estaba doblegando, y cuando él se sintiera más seguro, ella lo traicionaría. - Lleve la bandeja de vuelta. - le dijo al sirviente con voz suave pero firme - No tengo apetito. Y dígale a su amo que, le espero en el salón principal, quiero que me dé la cara. Necesito hablar con él. El sirviente dudó por un momento en sí obedecer o no, pero Daryel lo miró con la misma frialdad que, ella siempre usaba con las personas que le molestaban. Al final, este asintió y se retiró, pero dejando sobre la mesa aquel suculento desayuno. Daryel se sentó a esperar pacientemente. El plan ya estaba en marcha. Y la cacería había comenzado, pero esta vez, Daryel también sería la cazadora. Él creía que ella había perdido, se lo dijo la noche anterior pero en este juego, el verdadero perdedor sería el que se confiara demasiado. Y Alessandro Bianchi, un hombre que creía intocable, estaba a punto de descubrir que incluso una reina caída puede derrocar a un rey. Solo necesitaba ser lo suficientemente convincente para hacerlo negociar con ella. *** - Señor Bianchi. - llamó uno de sus hombres tocando suavemente la puerta de su habitación. Alessandro terminó de vestirse con calma antes de siquiera responder al llamado de su hombre al otro lado de la puerta. Solo cuando estuvo completamente vestido, hizo señas a su asistente personal para que, abriera. - La señorita Metaxis, exige verlo. El rostro inexpresivo de él, no sufrió ningún cambio, salvo sus ojos color avellana que, se transformaron en un pozo profundo que, irradiaba peligro. No le extrañaba aquella afirmación. Pues Daryel, era una mujer que, no conocía la palabra sumisión. Desde que, la conoció hace años atrás, siempre mostró ser una mujer fuerte e imponente. Acostumbrada a que, todos se arrodillaran a sus pies y le obedecieran. Incluso él, un hombre con un historial bárbaro y despiadado, se había arrodillado ante sus pies para suplicar un poco de su amor a cambio de poner el mundo entero a sus órdenes. Pero ella lo rechazó con tanta crueldad y desprecio, tratándolo como a un ser inferior, un insecto que, debía ser aplastado. Y con eso, despertó la bestia que, estaba dentro de sí. - Bien. Iré a verla. - fue todo lo que dijo.