La furia contenida de Alessandro, por primera vez visible en su rostro, fue tan breve como un relámpago en una noche despejada.
Rápidamente, la máscara de gélida calma regresó, más impenetrable que nunca. Se reclinó en el sillón de cuero, con esa mirada de avellana el cual era un pozo de indiferencia que chocaba contra el desafío de Daryel. - Interesante. Una mujer de palabra. - dijo en apenas un murmullo que no reflejaba su verdadero sentir. De repente, se levantó de su asiento y se dirigió a una mesa de caoba, donde se sirvió un poco de whisky en un vaso de cristal. El suave tintineo del hielo era el único sonido en el silencio tenso de aquel enorme salón. Y con cada segundo que, pasaba, la desesperación se apoderaba de Daryel. - No te pedí que me ames, Daryel. - rompio el silencio Alessandro volviéndose a mirarla - Te pedí que te rindas a mi poder. - No me confundas con una de tus muñecas. No puedes moldearme a tu antojo. - le refutó ella con firmeza y determinación. Alessandro soltó una risa seca y desprovista de humor. - Cariño, no necesito moldearte. Me basta con romperte. Dio un trago a su whisky sin dejar de mirarla. - Creías que tu vida era un juego de ajedrez, ¿verdad? Y que tú eras la reina. Pero no te diste cuenta de que yo soy el tablero, y el juego ya terminó. Gané, y tú perdiste. Con un gesto imperceptible, uno de los hombres de Alessandro se acercó a Sofía. Ella, que había permanecido en silencio, emitió un grito de pánico. - ¡Aléjate de ella! - ordenó Daryel quien puso en guardia con sus ojos clavados en el hombre, lista para reaccionar ante cualquier movimiento. Alessandro levantó una mano, deteniendo a su hombre y haciendo que, se apartara. - Sofía está a salvo, por ahora. - anunció- ¿Qué valor tiene un peón para una reina que se ha quedado sin jaque mate? Ella lo miró sin siquiera parpadear. - Quiero que veas con tus propios ojos lo que te espera. - No te atrevas a tocarla, Alessandro Bianchi. O te lo juro... te arrepentirás. Él dejó el vaso en la mesa con un sonido sordo. - Tus juramentos no tienen valor aquí. ¿Olvidaste dónde te encuentras? Esta es mi casa, mis reglas. Y creí haber sido claro con que, la cacería ha comenzado. Y no me detendré hasta que me ruegues por un poco de piedad. Tras decir aquello, hizo un gesto con la mano, y el resto de los presentes, desapareció mientras uno de sus hombres se acercó. - Lleva a la señorita Sofía a una de las habitaciones de huéspedes. - ordenó - Y asegúrate de que esté cómoda, pero que no tenga acceso al exterior. Este asintió y con movimientos rapidos y seguros, tomó a Sofía del brazo, quien miró a su hermana con lágrimas en los ojos y la arrastro fuera de allí. - Daryel... por favor... - suplicó esta antes de desaparecer. Daryel observó cómo se llevaban a su hermana, sin que, ella pudiera hacer absolutamente nada por evitarlo. La rabia que sentía en ese momento era tan intensa que podía sentir cómo la sangre le hervía en las venas. - Eres repugnante. - Ye di una oportunidad y no la tomaste. Ahora, me conocerás en mi peor faceta. - dijo él con una sonrisa oscura. Aquella era una amenaza implícita. Y si algo sabía Daryel de él, es que, no era un hombre que, se pudiera tomar a la ligera. Se lo había demostrado cuando aparecio en su casa y se atrevió a sacarla de allí y raptarla. - Ahora que no tienes a nadie, espero que por fin entiendas que solo yo puedo salvarte. Y para que no te queden dudas al respecto, tu prometido y tu familia han recibido un comunicado de como la altiva y grandiosa señorita Metaxis se niega a continuar con un compromiso que, la rebaja de nivel. Ella lo observó horrorizada ante tal revelación. Ese hombre lo había planeado todo a la perfección, cubriendo cada detalle. - Tu destino ya no es el de una vida de lujos con un adinerado CEO tal y como soñaste. Ahora, serás mía, para lo bueno o para lo malo, me perteneces Daryel Metaxis. Con esas palabras, Alessandro se giró sobre sus talones y se dirigió a una de las puertas que había en aquel salón. Pero justo antes de cruzar el umbral, se detuvo y se giró a mirarla por últimavez. - Buenas noches, mi amor. Mañana será un nuevo día y espero que tu altivez se haya calmado para entonces. Aunque en el fondo, espero que sigas siendo tan terca como eres, mi Daryel. Dicho esto, la puerta se cerró con un chasquido que hizo eco en el inmenso salón. Daryel se quedó sola, con el corazón acelerado y el alma rota. Su cuerpo le dolía de impotencia y el miedo la carcomía por dentro. Pero en su rostro, un rastro de determinación seguía presente. Alessandro Bianchi pensaba que la había roto, pero solo había encendido un fuego en su interior. La verdadera guerra apenas había comenzado. Y no sería ella quien la perdiera.