Capítulo 5

El aire se electrificó cuando Alessandro entró al salón, seguido de alguno de sus hombres quienes se mantuvieron a una distancia prudencial.

Su mirada, fría y calculadora, recorrió el lugar hasta posarse sobre ella, quien permanecía de pie, tan inquebrantable como una estatua.

Había algo en su postura, en la forma en que su barbilla estaba ligeramente levantada, que lo hizo detenerse.

Sabía lo fuerte y decidida que, esa mujer podía ser. Aún así, esperaba encontrar a una mujer destrozada, pero en su lugar se encontró con una adversaria que, no sería fácil de vencer.

Si tan solo, Daryel lo hubiera mirado tan siquiera una vez.

- Veo que no has desayunado. - dijo, su voz era un murmullo que no reflejaba su verdadero sentir.

Alessandro camino hasta la mesa del centro y se sirvió una taza de café, con movimientos lentos y calculados.

- Es una pena. Debes estar hambrienta.

- Lo estoy. - respondió Daryel con voz tranquila - Pero tengo más hambre de libertad que de comida. Y la única forma de obtenerla es si tú me la das.

Alessandro la miró con una ceja levantada, y una sonrisa que no le llegaba a los ojos se dibujó en su perfecto y perfilado rostro.

- No estás en posición de negociar, mi Daryel. Te recuerdo que estás en mi casa, mis reglas. Y no te daré nada que no te ganes.

- Te equivocas. - respondió ella, dando un paso al frente - Ambos estamos en este juego porque tú asílo decidiste. Y no importa si soy la reina o un peón, la partida no termina hasta que el rey cae.

Alessandro soltó una risa seca.

- Interesante. Siempre he dicho que me gustan las mujeres con carácter. - se burló - Pero la terquedad solo te llevará a un camino sin salida.

- La terquedad es lo único que me queda. Pues incluso has arrebatado a mi hermana de mi lado.

Alessandro se sentó en un sillón, cruzando las piernas con un aire de indiferencia.

- Bien. Te escucho. Dime qué tienes en mente.

Daryel se acercó a la mesa, se sirvió un poco de café en una taza, sus manos no temblaban, y nada en ella mostraba signo de debilidad alguna.

- Si quieres que ina mujer se rinda a ti, tienes que ganarte su confianza. No actuar de la manera en que, lo haces.

Él esbozó una sonrisa cruel y divertida.

- Te recuerdo querida que, nuestro primer encuentro, estuvo marcado por mi buena voluntad. Voluntad que, tú pisoteaste.

- Tal vez. Pero que, hayas hecho lo que, hiciste, solo demuestra que, yo tenía razón en cuanto a tu persona.

- A ver si lo entiendo. Me llamaste aquí, ¿Para recordarme lo ruin y despreciable que, soy?

- No.

- ¿Entonces?

- Si tan solo escuchara mi petición. Si me permitieras estar junto a mi hermana, entonces, podría considerar la opcion de que, no eres todo lo que, pensé.

Alessandro permaneció en completo silencio con esa máscara de frialdad que, le caracterizaba, sin dejar ver sus emociones, ni mucho menos permitiéndole comprender lo que, estaría pensando en ese momento.

- Si me dieras un poco de libertad. - insistió Daryel - Me mostraras un gesto de buena voluntad dejando que, pase este horrible encierro Sofia, quizás, yo podría llegar a ser la mujer que, siempre has querido.

- ¿Crees que soy estúpido? - preguntó Alessandro, su voz era un susurro peligroso.

Tal vez sus palabras estuvieran anunciando a gritos que, se someteria a él, pero su porte y su actitud, decían lo contrario.

- A estas alturas, ya has analizado tus opciones. Si te doy a tu hermana, buscaras la forma de escapar de aquí.

- No lo haré. Y tú lo sabes. ¿Quién podria escapar de un lugar tan bien resguardado como este? - respondió Daryel - Además, soy una mujer de palabra. No te mentiré. Y si te miento, sé que, me harás pagarlo. Estoy dispuesta a intentarlo, solo si concedes lo que quiero. Pero si no me das la libertad de moverme, de ver a mi hermana, no te serviré para nada. Solo seré un cuerpo sin alma. Y no querrás eso, ¿verdad?

Alessandro se quedó en silencio por unos segundos, sopesando las palabras de Daryel.

Sabía que ella era una mujer astuta. Pero también sabía que su orgullo era su mayor debilidad.

- Bien. - accedió poniéndose en pie - Si quieres jugar a este juego, lo haremos. Pero no creas que seré un estúpido. Si intentas algo, si me haces enojar, será tu hermana quien pague las consecuencias.

Con un gesto de la mano, uno de sus hombres se acerco a él.

- Ve y trae a la señorita Sofía. Que se quede con su hermana por un tiempo. Pero no la dejes sola por ningún motivo.

***

Unos minutos después, Sofía entró en el salón, sus ojos se agrandaron al ver a su hermana y con esa efusividad que, la caracterizaba, se lanzó a sus brazos, sollozando de alivio y miedo.

- Daryel... pensé que nunca te volvería a ver.

Daryel la abrazó con fuerza, una rara muestra de emoción y afecto que, sorprendió a la joven.

- Estoy aquí, Sofía. Todo estará bien.

Alessandro las observó en silencio con una sonrisa en los labios, el reencuentro entre ambas aunque, la separación había sido muy breve.

- Señorita Sofía, ¿Le gustaría un poco de té y panqueques con miel? Sé que la noche fue difícil para usted.

Tan pronto como lo dijo, esta fue consciente de la presencia de él. Y se volvió a mirarlo con cautela.

- No, gracias. - murmuró, aferrándose a su hermana.

- No te preocupes. No te haré daño. - dijo Alessandro, su voz era tan suave que la hizo temblar - Solo quiero que te sientas cómoda. Es la primera vez que tengo invitados en mi casa. Quiero que se sientan como en casa.

- No me mientas, Alessandro. - dijo Daryel con voz firme - Sabes que no somos tus invitadas. Mas que, eso somos tus prisioneras.

- Es una prisión de oro, mi amor. Y tu hermana puede tener lo que quiera. Solo tiene que pedirlo. - expresó él con una sonrisa y dulzura que, contrastaba su carácter.

Sofia lo miró, y aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas, pudo observar el rostro de Alessandro el cual parecía lleno de bondad y paciencia.

- Gracias... - dijo Sofía, en voz baja, aceptando su ofrecimiento.

Un empleado entonces trajo una bandeja con lo que, su señor había ofrecido y lo coloco frente a la joven, quien había tomado asiento.

Alessandro se sentó frente a ella, mirándola con una sonrisa.

- ¿Te gusta la miel?

- Sí, mucho. - dijo Sofía, sin mirarlo a los ojos.

- La miel es dulce, ¿verdad? Te hace feliz. Y la vida puede ser como la miel, si te dejas llevar. Yo puedo darte la vida que siempre soñaste. - le dijo Alessandro, su voz era un susurro que no dejaba de sonar en los oídos de Sofía - Solo tienes que confiar en mí.

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