El amanecer se filtraba en la biblioteca, pero Daryel Metaxis no había dormido.
La luz gris destacaba su rostro pálido, mientras sus ojos celestes estaban inyectados en sangre por la falta de sueño y la intensidad de la información que había procesado.
El disco duro cifrado yacía inerte sobre el escritorio, su contenido ahora grabado a fuego en su memoria: el plan maestro de Alessandro para la aniquilación de Andrés Stewart, un cronograma de setenta y dos horas y la arquitectura de un fraude masivo.
Su cuerpo dolía.
El recuerdo de la brutalidad de Alessandro la noche anterior, la fuerza de su posesión, los mordiscos en su hombro, el placer que la había traicionado, era una humillación física que la hacía sentir sucia.
Pero ese dolor era ahora su combustible. Él había usado su cuerpo para someterla; ella usaría su mente para destruirlo.
Si una cosa le había quedado claro la noche anterior era que, su mejor arma contra Alessandro, era ella misma y su cuerpo, algo que, él moría por p