El tiempo no existía para Andrés Stewart en la fría sala de visitas de la prisión estatal.
Solo existía la furia.
La maleta de cuero vacía, donde antes reposaba un millón de dólares, y el nombre que había comprado con ese precio: Alessandro Bianchi.
El mafioso no solo había secuestrado a su prometida; sino que además, había orquestado el ataque a Stewart Global para cobrar una deuda de honor.
Andrés salió de la prisión con una determinación que nunca había tenido en la sala de juntas.
Su objetivo ya no era solo la supervivencia corporativa; era la venganza absoluta.
Alessandro lo había humillado, y Andrés, el CEO frío y calculador, iba a demostrar que podía ser igual de despiadado en el mundo de la sombra.
Lo hundiria en la peor de las miserias y lo destruiría.
Se reunió con su jefe de seguridad en un auto blindado, sintiendo que la pistola en su bolsillo era ahora una extensión de su voluntad.
La información era su única ventaja.
- Bianchi es un fantasma. - explicó su jefe de