Capítulo 2

Tras obligar a Daryel y su hermana a subir a un auto modelo hatchback de color negro, blindado y con seguro para niños, ambas fueron llevadas a un lugar remoto y alejado de la ciudad.

Daryel no fue consciente de cuántas horas permaneció dentro del auto mientras eran llevadas a un destino desconocido para ella.

La única certeza era el silencio aplastante y la tensión que, llenaban el interior del vehículo, el cual era roto solo por los sollozos incontrolables de su hermana y el ruido monótono de los neumáticos sobre el asfalto.

Luego de horas rodando, el auto se detuvo en un camino de grava.

El sonido de las piedras crujiendo bajo las llantas era la única señal de que habían llegado a su destino.

Entonces, la silueta imponente de Alessandro Bianchi quien, iba en otro auto, se bajo del mismo y con un gesto, hizo señas a uno de sus hombres para que, abriera la puerta para Daryel y su hermana.

Al salir, ella sintió el aire frío de la noche y el silencio profundo del campo, lo cual le hizo entender que, habían salido de la ciudad.

Esta, con sus luces y su ruido, era ahora solo un recuerdo lejano.

Frente a ella se alzaba una mansión de piedra, imponente y sombría.

No había rastros de vida ni de calidez en la fachada iluminada por focos estratégicamente colocados.

Más que, el hogar de alguien, esta parecía una fortaleza, un mausoleo a la soledad y el poder.

Las luces de las ventanas no eran para nada acogedora, sino que proyectaban largas sombras que, se retorcían como fantasmas, dando un aspecto terrorífico.

Sofía se acurrucó detrás de ella con el cuerpo temblando de frío y de miedo al mismo tiempo.

Daryel, en cambio, se mantuvo erguida, mostrandose orgullosa y altiva como siempre, luchando por no quebrarse ante él.

Sin embargo, no podía disimular el latido acelerado de su corazón ni la forma en que sus manos, que siempre creyó que estaban bajo control, se apretaban en puños a su costado.

Alessandro subió los escalones y las esperó en la entrada principal sin decir una palabra.

Al acercarse, la puerta de roble macizo se abrió sin hacer ruido, revelando un interior vasto y desprovisto de decoración.

Un salón de techos altos y suelos de mármol pulido se extendía ante ellas.

Los ecos de sus pasos resonaron en el espacio vacío, cada sonido magnificando la sensación de encierro.

- Bienvenidos a mi humilde morada. - dijo Alessandro, con su voz resonando en el silencio.

Su tono era una burla cruel, ya que el lugar era todo menos humilde.

Haciendo señas a una empleada, la cual se acerco con unas tazas en una bandeja, añadió:

- Tomen asiento. He ordenado una bebida caliente para ustedes, creo que es necesario para calmar el frío de la noche.

El aire se llenó de un perfume caro y de la amenaza silenciosa de sus palabras.

Sofía se quedó parada, mirando al hombre como una presa atrapada por un depredador.

En su lugar, Daryel avanzó. Se sentó en un sofá de cuero con la espalda recta y con su altivez luchando por mantenerse intacta.

Mientras, la empleada servía una taza de té para cada uno de los presentes y se alejaba un poco.

- ¿Qué quiere, señor Bianchi? - su voz, aunque ligeramente tensa, no se quebró.

Podía sentir como sus ojos avellana la observaban con una intensidad que la hacía sentir completamente desnuda ante él.

Por su parte, ella no se atrevió a mirarlo directamente a la cara.

- Quiero lo que me negaste. - respondió Alessandro con calma, sus palabras tan frías como el mármol del suelo.

Se sentó frente a ella, recostándose en el asiento, tan relajado y tranquilo.

- Tu amor. O al menos lo que podría pasar de el.

- ¡No tiene derecho a hacer esto! ¡Debe soltarnos! O llamaremos a la policía. - estalló Sofía interrumpiendolos.

Alessandro desvió su mirada hacia la joven con una sonrisa gélida extendiéndose por su rostro.

- No creo que las autoridades se interesen en mi pequeña fiesta privada. - se burló divertido - Además, ¿crees que soy tan estúpido como para dejarte usar tu teléfono? Mis hombres ya se encargaron de sus dispositivos.

Solo entonces, ambas se dieron cuenta de que, sus pertenencias personales habían desaparecido.

El color se fue del rostro de Sofía. Daryel, sin embargo, no miró a su hermana. Sus ojos estaban fijos en él, moentras su mente trabajaba frenéticamente buscando una manera de escapar de allí.

- Sabe bien que no puede retenerme aquí para siempre. - dijo, su voz altiva y desafiante - Tarde o temprano mi gente se dará cuenta de mi ausencia y me buscarán.

- Estás muy equivocada, querido. - dijo Alessandro, con la voz suave y burlona - Nadie te buscará. Tu prometido, a estas alturas ha de estar creyendo que, lo dejaste plantado en plena celebración de compromiso. Y dudo que un hombre con el ego de Stewart te busque después de eso.

Daryel sintió que su alma se caía. Una fría certeza se instaló en ella sabiendo que, él tenía razón. Pero lo que, mas le angustiaba era saber que, ese hombre no la soltaría con tanta facilidad

- Y tu familia, con lo altanera y arrogante que, eres, no se inmiscuiran en tus asuntos.

Una chispa de pura rebeldía brilló en los ojos de ella.

Él quería doblegarla, pero ella no se lo permitiría.

- Quizás tengas razón en eso. - dijo Daryel, con una sonrisa que no llegó a sus ojos - Puede que no me busquen a mí. Pero a ella sí.

Señalo a su hermana sabiendo que, su padre moveria cielo y tierra por encontrarla.

- Y no te confundas. - continuó atreviendose a tutearlo por primera vez - Esto no es un juego para mí. Y yo no soy un trofeo que puedas exhibir o poseer. Soy Daryel Metaxis. Y mi voluntad no está, y jamás estará, ligada a la tuya.

Se puso de pie, con su porte impecable como siempre.

Levantando la barbilla, lo miró directo a los ojos.

- Si lo que, desea es tener mi cuerpo aquí y ahora, no creo que, pueda hacer nada para impedirlo, pero mi mente y mi espíritu jamás serán suyos. Y le aseguro algo, mientras me mantenga aquí en contra de mi voluntad, haré de su vida un infierno. Así que adelante, Alessandro Bianchi. Haz lo que tienes que hacer. Yo jamás me arrodillaré ante ti.

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor.

Alessandro, endureció su rostro, y la máscara de frialdad se rompió por una fracción de segundos, revelando una furia intensa.

En la cara de ella no había miedo, solo una resolución implacable que, osaba desafiarlo.

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