La ciudad, con sus luces titilantes, se extendía a sus pies como un mapa de oportunidades y desafíos, pero en ese instante, Alessandro Bianchi solo veía un punto fijo en su mente, el nombre de Daryel.
La noticia lo había golpeado como una traición helada, un insulto personal que resonaba en cada fibra de su ser. Daryel, la mujer que había osado rechazar su amor, se comprometía por todo lo alto con Andrés Stewart. Su piel bronceada, curtida por el sol, se tenso aún más que, de costumbre. Y sus ojos avellana, espejos de un alma compleja y despiadada, centelleaban con una furia contenida. No era la ira explosiva de un hombre común, sino la calma glacial de quien está acostumbrado a controlar cada aspecto de su vida, y que, ahora veía su voluntad desafiada. Recordó el día en que, contra todo pronóstico, se había arrodillado ante esa mujer, ofreciéndole su corazón, su poder, su mundo entero. Fue la única vez que, se mostró vulnerable ante una persona, la primera vez que, abrió su corazón a alguien. Pero en respuesta, el rechazo había sido un latigazo, una herida que su orgullo no podía cicatrizar. Así que, con el orgullo herido, le hizo un juramento grabado a fuego en su alma: "Jamás permitiría a Daryel estar con nadie más que, él. Sino era suya, no seríafe nadie. " Sin embargo, tal parecía que, sus palabras cayeron en oídos sordos y la mujer no lo había tomado en serio. Sus dedos, fuertes y hábiles, trazaron un ritmo implacable sobre el escritorio de caoba. Andrés Stewart... un nombre insignificante, una sombra que pronto desaparecería. Daryel aprendería que el amor de Alessandro Bianchi era un privilegio que nadie podía rechazar impunemente. Una sonrisa gélida, desprovista de toda calidez, se extendió por su rostro. La cacería había comenzado, y esta vez, no habría piedad ni calidez. No era simplemente un acto de venganza, sino una declaración de poder. Alessandro no buscaba solo castigar a Daryel, sino reafirmar su dominio absoluto sobre todo lo que consideraba suyo. Era una demostración de que nadie, ni siquiera la mujer que había osado rechazarlo, podía escapar a su voluntad. Su intención era meticulosa y calculada. No se trataba de un arrebato pasional, sino de una estrategia fría y despiadada. Se acercaría a Daryel, no con súplicas ni promesas, sino con la certeza de que, una vez que viera la verdadera magnitud de su poder, ella se rendiría a sus pies. No quería simplemente poseerla, sino doblegarla, romper su espíritu independiente y convertirla en un reflejo de su propia voluntad. Quería que Daryel entendiera que su destino estaba irrevocablemente ligado al suyo, que su amor, aunque retorcido y obsesivo, era la única verdad que importaba. Alessandro Bianchi buscaba la confirmación de su propia grandeza, la reafirmación de que era intocable, capaz de moldear el mundo a su antojo. Y Daryel, la mujer que había desafiado su poderío, sería el sacrificio perfecto para demostrarlo. - Señor. - Ya todos saben lo que, tienen que, hacer. - dijo de tal manera que dejaba claro que, no existía lugar para errores. Había llegado la hora de castigar a Daryel y privarla de la libertad que, gozaba para dedafiarlo. *** Daryel se miró al espejo, ajustando un collar de diamantes que, resplandecia bajo la luz. Su vestido, una obra de alta costura, realzaba su figura esbelta. Su hermana, Sofía, de pie justo detrás de ella, la observaba con una dulce sonrisa dibujada en su rostro. - Vas a deslumbrar a todos. - anunció encantada con el resultado. Pero un dejo de frialdad es todo lo que, iluminaba su rostro serio y carente de emociones. Daryel era una visión de elegancia y sofisticación. Su piel blanca, como porcelana, contrastaba con el azul celeste de sus ojos que, solian observar el mundo con una mezcla de frialdad y curiosidad. Su figura, delineada y esbelta, se movía a cada paso con gracia y seguridad, atrayendo la mirada de todos a su alrededor. Su cabello castaño, largo y liso con ondas suaves, enmarcaban su rostro de facciones perfectas, resaltando su belleza natural. Era una mujer que, imponía con su sola presencia, una belleza que deslumbraba y a la vez intimidaba. Con un carácter y una actitud altiva. Acostumbrada a tener el control de todo y estar por encima de los demás. Por eso, lo que, más le agradaba de aquel compromiso, era el poder que, obtendría de este. Casarse con un CEO como Andrés Stewart sin duda la colocaría en la cima del mundo. Todo lo que, siempre había anhelado. - No necesito esforzarme demasiado. Ya sabes cómo son. Un montón de gente superficial tratando de aparentar más de lo que son. Sofía frunció el ceño ligeramente. - No todos son tan malos. Además, esta fiesta es importante para ti. Es tu compromiso. - Estoy por encima de todo esto. Todas esas sonrisas falsas, los cumplidos vacíos... Prefiero mantener las distancias. En un acto de ternura, Sofía la hizo girarse tomándola de las manos. - A veces creo que te escondes detrás de esa fachada, Daryel. Estoy segura de que, eres una persona maravillosa, con mucho mas para dar de lo que, dejas ver. Pero te cuesta mostrar tus verdaderos sentimientos. - No necesito mostrar mis sentimientos, Sofía. - dijo soltandose del agarre - La gente solo se aprovecha de la vulnerabilidad de los demás. Es mejor mantener el control y que te teman a que te tengan lástima. Una expresión de tristeza se dibujo en el rostro de su hermana, una joven tan hermosa como soñadora. - No creo que sea cierto. Creo que te estás perdiendo muchas cosas buenas por ser así. Daryel suspiró y volvió a mirarse al espejo. - Deja de soñar con cuentos de hadas. O no llegaras lejos. - No mecesito llegar lejos. Solo necesito ser feliz. Y quiero que, tú también lo seas, Daryel. - Dejemos esta platica para otro momento. Es hora de irnos. Andrés debe estar en el salón de ceremonia esperando. - la corto. Y sin esperar respuesta alguna, comenzó a andar seguida de su hermana. En cuanto puso un pie fuera de la casa, un coche negro irrumpio en la serenidad de la noche, deteniéndose bruscamente frente a la entrada. Congelando a ambas hermanas en su posición. Entonces, una figura, alta e imponente, emergio del vehículo. La sola presencia del hombre, llena el aire como una sombra amenazante. Sin decir una sola palabra, su mirada se clava en Daryel, con una advertencia silenciosa de que ha regresado. Sin poder evitarlo, el terror se apodera del rostro perfecto de Daryel. Incapaz de articular palabra, un miedo profundo y paralizante se apodera de ella provocando una sonrisa en el recién llegado. Un gesto frío que no llega a sus ojos. - Signora, creo que, olvidó enviarme una invitación. - dijo al fin, tras apoyarse contra el coche, observándola de manera burlona y divertida. En ese instante, el mundo de Daryel se desmorona. La altivez y la soberbia que siempre la habían caracterizado desaparecen, dejando al descubierto una vulnerabilidad que creía haber enterrado. Sus ojos están fijos en el hombre, atrapada en una pesadilla que creía haber dejado atrás. La fiesta de compromiso, la esperanza de un futuro, todo se desvanece ante la presencia de ese hombre. - Daryel... - comienza a decir Sofía, pero calla al observar la expresión de esta.