Daryel despertó antes del amanecer con la primera luz gris colándose por las pesadas cortinas de seda.
El primer instante fue de una confusión bendita, una paz que su cuerpo, ajeno a su mente, había disfrutado.
Luego vino el recuerdo, y con él, una ola de pánico helado que cortó el aire.
Estaba en la cama de Alessandro Bianchi, con su cuerpo completamente desnudo, envuelta en el brazo posesivo de él; y su aroma, la mezcla de cedro y deseo, la cubría como una segunda piel.
Si anoche había ardido, esta mañana se sentía como ceniza.
Su estrategia le había explotado en el rostro.
Daryel había querido tomar el control, pero Alessandro, con su experiencia devastadora, no solo lo había retomado, sino que la había llevado a una rendición que ella no había previsto jamás.
"¿Qué he hecho?"
El pensamiento era un grito mudo.
Se había expuesto, y había entregado la única virginidad que poseía al monstruo que quería destruir, alimentando su obsesión con una pasión que él sabría usar sin piedad.
Y