SIETE AÑOS ATRÁS
—Te ves hermosa, Harper —expresó Dylan mientras me miraba con una gran sonrisa y una mirada ilusionada, pero mi mente estaba en otro lugar, y solo le respondí con un desganado "gracias". Es mi fiesta de cumpleaños número 16. Hay muchos invitados: compañeros de la escuela y amigos de mis padres. —¿Él no vendrá? —le pregunté a Dylan mientras miraba ansiosa a mi alrededor. —Ya estoy aquí —escuché esa voz tan familiar detrás de mí y, justo en ese momento, mi cuerpo se estremeció. Mi nivel de nerviosismo se disparó por completo, mi corazón empezó a palpitar como loco, y sonreí automáticamente. Acto seguido, me volteé para mirar a quien había estado esperando toda la noche y entonces me encontré con esa mirada magnética. —Dante... —susurré en voz baja su nombre mientras sentía mis mejillas arder. —Te ves realmente preciosa —expresó en un tono serio y, como siempre, no pude aguantar la intensidad de su mirada y bajé mi cabeza mientras sonreía, avergonzada. —¿Qué hacen aquí ustedes dos? —el breve silencio fue interrumpido por la voz de Isella, madre de Dylan y madrastra de Dante. Su voz destruyó por completo el momento que vivíamos y mi madre, Rebeca, terminó por hundirlo aún más en el mar. —Harper, cariño, deberías estar bailando con Dylan —dijo mamá, mientras me tomaba del brazo. —Si ella me lo permite, estaré encantado —escuché a Dylan decir. Alguien tomó mi mano y, sin darme cuenta, me alejaba de Dante. Sin embargo, en ningún momento dejé de verlo, y él tampoco dejaba de verme a mí. Pero en cuanto nos dimos cuenta de la distancia entre nosotros, y Dylan colocó su brazo alrededor de mi cintura, los ojos de Dante se llenaron de ira y lo vi salir rápidamente del salón. Pensé en ir tras él, pero miré a mi alrededor y entonces me di cuenta de que estaba en medio de la pista. Todos los invitados nos observaban, Dylan me sonreía ilusionado, y una balada lenta empezaba a sonar. No tuve más remedio que quedarme allí y seguir la corriente. Después de unos pocos, aunque eternos minutos, por fin terminé de bailar con Dylan y, en cuanto todas las miradas dejaron de estar sobre mí, logré escabullirme para salir del salón y buscar a Dante. Tardé no más de tres minutos en hallarlo, pero por fin lo encontré al final del jardín, sentado en una piedra cerca del pequeño estanque. —Te he estado buscando —dije mientras caminaba lenta y sigilosamente hacia él. No podía ocultar la felicidad que sentía por haberlo encontrado. Me detuve cerca, pero detrás de él. Dante no volteó hacia mí, tampoco dijo palabra alguna, y solo vi humo esparcirse en el aire. —¿Estás fumando? —le pregunté. —¿No es obvio? —contestó con hostilidad. Bajé la mirada. El tono frío de su voz me hizo sentir un nudo en el estómago. A pesar de ello, no me moví. —¿Estás molesto conmigo? —Eres una niña ingenua y tonta, ¿por qué estaría molesto contigo? —espetó. Mis ojos se llenaron de lágrimas casi de inmediato. Su indiferencia siempre me ha dolido más que la de cualquiera y, sin poder soportarlo, me di media vuelta para irme. Pero de repente, los brazos de Dante rodearon mi cuerpo para después jalarme hacia él hasta sentir mi espalda chocar suavemente contra su pecho. Me paralicé por completo y mi corazón se aceleró. Sentí su respiración en mi oído, cálida y entrecortada, como si estuviera librando una batalla interna. Sus brazos alrededor de mi cintura eran firmes, pero no agresivos, como si temiera que me desvaneciera si aflojaba el agarre. —Perdóname. Sé que soy un imbécil, pero no soporto verte cerca de otro —susurró con cierta desesperación—. Sé que es mi hermano y es obvio que está enamorado de ti, y además tu familia e Isella quieren verlos juntos; pero no es justo. Yo te vi primero. Mi corazón se detuvo con sus palabras y ni siquiera podía hablar. Dante me giró con suavidad, obligándome a enfrentar su mirada. Sus ojos verdes lucían oscuros y tormentosos; parecían buscar algo en los míos, algo que necesitaba con desesperación. —Por favor, dime que lo que me dijiste hace unas semanas es cierto. Repítemelo —suplicó, su voz quebrada, cargada de una mezcla de ansiedad y esperanza. Mis piernas temblaron bajo el peso de sus palabras, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas. El recuerdo de aquel día me golpeó con fuerza, ese momento en el que había respondido a su pregunta, pero no había tenido el valor de decirle toda la verdad. El silencio que siguió fue ensordecedor, y sentí cómo su desesperación se transformaba en algo más: un dolor que también era mío. —Claro que es cierto, Dante... —solté finalmente, haciendo una pausa para continuar—. Yo no siento nada por Dylan. —¿Y qué es lo que sientes por mí? —me preguntó y, al igual que ese día, el miedo me invadió. Sin embargo, esta vez, solo por esta vez, quería ser valiente. —Yo estoy... —empecé diciendo y bajé mi cabeza, sintiéndome traicionada por mis nervios— Estoy enamorada de ti —confesé. Por unos segundos el silencio nos invadió y solo se escuchaba el viento soplar con intensidad. Creí que había cometido un error al revelar mis sentimientos, pero entonces Dante levantó con delicadeza mi mentón. Sus dedos, cálidos y firmes, elevaron mi rostro hasta que nuestros ojos se encontraron nuevamente. La intensidad en su mirada me dejó sin aliento, y por un momento, me sentí completamente expuesta, como si él pudiera leer cada rincón de mi alma. —Repítelo, pero ahora mirándome a los ojos —susurró, su voz baja y profunda, pero cargada de una emoción contenida que me estremeció. Tragué saliva, mi corazón golpeando con fuerza en mi pecho. Había esperado tanto tiempo para que este momento llegara, y ahora que lo tenía frente a mí, sentía un vértigo que me desafiaba a ser más fuerte. —Estoy perdidamente enamorada de ti, Dante —repetí, mi voz temblando pero clara. Él cerró los ojos un instante, como si esas palabras lo golpearan con la fuerza de una tormenta. Al abrirlos, vi algo nuevo en su expresión: aunque parecía feliz por mi respuesta, podía notar que algo lo perturbaba. —¿Y a ti no te importa que yo no sea el orgullo de papá como lo es Dylan? ¿No te importa que sea rebelde? ¿Que sea la oveja negra de la familia? —me preguntó. Sus propias palabras parecían dolerle. Lo observé con intensidad y me acerqué aún más a él, desvaneciendo esos centímetros de distancia que nos separaban. —No me importa lo que los demás dicen o piensan de ti. Yo te veo diferente —le contesté con firmeza. —¿Vas a llevarle la contraria a tus padres? Porque sé que ellos no quieren que yo esté cerca de ti —sus palabras estaban cargadas de una mezcla de desafío y vulnerabilidad, como si estuviera probando hasta dónde estaba dispuesta a llegar por él. —Isella, tu madrastra, siempre les habla mal de ti, pero sé que si te conocen mejor cambiarán de opinión —dije, manteniendo un hilo de esperanza por los dos. Pero Dante negó casi de inmediato. —Eso no pasará. Se opondrán por completo. Ellos quieren verte con mi hermano, además de que la situación en casa es insoportable. Harper, me voy a ir de allí —dijo con tal determinación que tuve la convicción de que no mentía. Las lágrimas empezaron a desbordarse de mis ojos sin control mientras sentía que mi mundo se detenía. —¡No, por favor, no te vayas! —le supliqué y lo abracé con tanta fuerza, queriendo jamás soltarlo. Dante hizo lo mismo y besó mi cabello, aferrándose a mí como si también temiera el momento en que tuviera que soltarme. —No puedo seguir aquí, pequeña, no pertenezco a este lugar —susurró con un tono lleno de desolación. Empuñé mis manos con impotencia, dejé de abrazarlo, me alejé un poco de él y levanté mi cabeza lo suficiente para mirarlo. —¡Entonces llévame contigo! —le pedí con una determinación y valentía que jamás en mi vida había sentido. Dante me miró sorprendido de inmediato. Su mandíbula se tensó, y sus ojos, siempre tan intensos, mostraron una mezcla de incredulidad y algo más profundo que no pude identificar. —¿¡Qué locura estás diciendo!? —inquirió, soltándome. —Lo que escuchaste, llévame contigo —le repetí, buscando su mirada. Dante inmediatamente sacudió la cabeza diciendo que no. Desesperada, abracé su torso nuevamente y permanecí mirándolo fijamente. —Por favor... ¿Acaso tú no estás enamorado de mí? —le pregunté. Mi corazón latía pesadamente. —Harper... —susurró con un tono casi inaudible, cargado de emociones encontradas. —Respóndeme, Dante. ¿Estás enamorado de mí? —insistí, apretando mis brazos alrededor de su torso, temiendo que, si lo soltaba, desaparecería. —¿Acaso no es obvio? Tú eres la razón por la cual sigo aquí. Desde los 10 años he querido irme de casa, y empecé a pensarlo seriamente cuando tenía 15, pero el hecho de saber que no volvería a verte siempre me detuvo. Sin embargo, ya tengo 18 años, soy más consciente de mi alrededor y no puedo estar en un lugar al que no pertenezco. Y mucho menos soportaría el infierno de verte cada vez más cerca de Dylan. Tus padres e Isella jamás descansarán hasta que eso pase —expresó frustrado y en un tono amargo. —Entonces llévame contigo, por favor. No quiero separarme de ti —le supliqué entre lágrimas—. Trabajaremos para salir adelante y estaremos bien —agregué. Los ojos de Dante se tornaron llorosos. Él no era el tipo de chico que se mostraba tan emocional y vulnerable, y eso me hacía sentir especial. Luego sonrió y me tomó de la cintura, levantándome sin hacer ningún esfuerzo. Mi vestido subió hasta mis muslos y rodeé su cadera con mis piernas. —¿Lo dices en serio? —me preguntó, ilusionado, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y temor. —Nunca he estado más segura de algo en mi vida, Dante —le contesté firmemente. Su sonrisa se hizo más grande. Finalmente, sus labios se unieron con los míos en un primer beso que fue todo lo que había soñado y más. Nunca antes había besado a alguien y solo con él había imaginado este momento. Mi boca reclamaba la suya y la sensación de sus labios estremecía cada fibra de mi ser. Sus manos se deslizaron con cuidado por mi cintura, como si temiera romperme, mientras yo enredaba mis dedos en su cabello. La falta de aliento finalmente nos separó, pero Dante se rehusaba a soltarme. Dejé mi frente caer sobre la suya. —Mañana por la noche vendré por ti, por favor no te arrepientas —me pidió. —No lo haré, lo juro, pero es mejor que no vengas, alguien puede verte y avisarle a mis padres. —¿Entonces dónde quieres que te espere? —me preguntó. Pensé rápidamente, intentando encontrar un lugar donde podríamos encontrarnos sin levantar sospechas. Mi corazón latía con fuerza, tanto por la emoción como por el miedo que implicaba este plan. —¿Nos iremos de la ciudad? —inquirí pensativa. —Sí, tengo un amigo en San Diego, él nos ayudará en cuanto lleguemos allá. —¿Y en qué iremos? —le pregunté al mismo tiempo que intentaba bajarme de él, pero Dante no me lo permitió y lo demostró apretándome y levantándome un poco más. En cuanto sentí sus manos apretar mis piernas, todo mi cuerpo se erizó y mis mejillas se calentaron. —Nos iremos en tren —me respondió. —B-bueno, yo tengo unos ahorros y creo que alcanzará para comida y otras cosas —contesté un poco nerviosa. —Yo tengo dinero, así que eso es lo de menos. Tú no tendrás que preocuparte por nada —su tono protector encendió algo dentro de mí. —Entonces espérame en la estación de trenes. En cuanto dije esas palabras, Dante frunció el ceño, mostrando descontento. —No quiero que vayas sola y tengo miedo de que te arrepientas —confesó. —Ya tomé mi decisión, por favor confía en mí —dije determinada, aunque mi voz llevaba un toque de suavidad. Dante soltó un suspiro y asintió. Acto seguido me bajó suavemente para luego verlo introducir su mano en el bolsillo de su pantalón; sacó su cartera y de ella tomó un hermoso collar. —Este collar le pertenecía a mi madre, es lo único que conservo de ella —comenzó diciendo, su mirada perdida en la joya que sostenía entre sus dedos. El colgante, con forma de corazón, brillaba con un borde dorado que enmarcaba un profundo rubí, vibrante y hermoso. Dante hizo una pausa, su voz cargada de nostalgia mientras continuaba: —Solo la he conocido a través de fotografías, y en muchas de ellas lo llevaba puesto. Mi padre se lo regaló cuando supo que ella estaba embarazada de mí. Para mí, este collar es más que una joya; es un lazo que me conecta con ella, una forma de sentir que nunca estoy solo —soltó un leve suspiro. Sus ojos buscaron los míos, llenos de sinceridad y algo que parecía casi una súplica—. Ahora quiero que tú lo tengas. Al escucharlo lo miré completamente conmocionada y sorprendida por su petición. —No creo que esté bien, es algo muy importante para ti. Yo no... —Tú eres lo más importante para mí ahora —me interrumpió y continuó—: Eres lo único que tengo y eres la única que vio en mí algo que ni yo mismo podía ver. Mis ojos se llenaron de lágrimas en ese instante mientras Dante colocaba el collar alrededor de mi cuello. —Dante... E-es un recuerdo de tu madre —reiteré sollozando un poco. —Cuando volvamos a vernos me lo devolverás. Este collar será el símbolo de nuestra promesa —afirmó. Le sonreí con nostalgia y asentí. —Lo haré, te lo prometo —dije con plena convicción. Dante besó mis labios con una mezcla de ternura e intensidad, como si ese beso fuera un ancla para ambos en un mar de incertidumbre. De repente unos murmullos lejanos nos interrumpieron. Me separé ligeramente de Dante, mis labios aún hormigueando por el contacto, y dirigí mi mirada hacia el origen de los sonidos. Era evidente que alguien se acercaba y seguramente era alguien que me estaba buscando. —Ya debo irme, llevo mucho tiempo desaparecida. Nos vemos pronto —me apresuré a irme, pero justo en ese momento Dante tomó mi mano con fuerza, sin querer soltarla. —Te amo, Harper —confesó mirándome seriamente. Mi corazón dio un vuelco al escuchar esas palabras, tan simples y a la vez tan significativas. Nunca pensé que Dante sería capaz de decir algo así, no de esa manera, no en este momento. Su confesión dejó el aire suspendido entre nosotros, como si el mundo entero se hubiera detenido por un instante. Lo miré, mis ojos llenos de lágrimas y emociones encontradas: sorpresa, alegría, miedo. No sabía qué responder, pero mi corazón parecía hacerlo por mí, latiendo con fuerza, casi dolorosamente. —Yo... también te amo, Dante —le contesté y nuestras bocas volvieron a unirse en un beso apasionado. A pesar de no querer separarnos, finalmente tuvimos que hacerlo. Yo tuve que volver a mi fiesta de cumpleaños y Dante se fue sin despedirse de nadie más. Al día siguiente. En cuanto llegó la noche, esperé a que todos en casa estuvieran dormidos y de inmediato empecé a hacer mi maleta. Previamente había escrito una carta a mis padres para explicar mi decisión, aunque sabía que ninguna palabra sería suficiente para justificar lo que estaba a punto de hacer. También les pedí que no se preocuparan por mí y que por favor no me buscaran. Terminé de cerrar mi maleta y un leve toque en mi puerta me alertó. Rápidamente la escondí debajo de mi cama para luego abrir, aparentando calma. Sin embargo, lo que realmente me tranquilizó un poco fue ver que era mi hermanita de 5 años, Lucía. Traía en las manos su libro de cuentos favorito. —Hermanita, no puedo dormir. ¿Me lees un cuento? —me preguntó Lucía mientras hacía un puchero. Sonreí con ternura al verla, pero mi corazón se apretó al recordar que esta podría ser la última vez que tendría un momento como este con ella. Me agaché para estar a su altura y acaricié su cabello rizado. —Claro que sí, pulga, pero solo uno y debes prometerme que te dormirás rápido —le pedí. Lucía asintió. La tomé en mis brazos para después acostarla en mi cama. Luego de abrigarla empecé a leer el cuento de Hansel y Gretel. Después de unos minutos, ya estaba llegando casi al final del libro, y Lucía finalmente se había quedado dormida. Miré la hora en mi celular y ya faltaban 50 minutos para encontrarme con Dante en la estación, así que debía apresurarme. Con cuidado, aparté el libro y me aseguré de que Lucía estuviera bien cubierta con las mantas. Me quedé un momento más observándola dormir, memorizando su carita tranquila, la forma en que sus pestañas se curvaban y la pequeña sonrisa que aún se dibujaba en sus labios. —Lo que más me duele de irme es que no te volveré a ver. Te amo tanto, pequeñita —murmuré, acariciando suavemente su mejilla y le di un último beso en la frente antes de levantarme. Caminé de puntillas hacia mi maleta, la saqué de debajo de la cama y la cargué con cuidado. Dejé la carta que escribí para mis padres sobre la mesita de noche. Salí al balcón de mi habitación, donde a escondidas dejé una escalera y una cuerda, la cual usé para bajar mi maleta cuidadosamente y sin hacer ruido alguno. El aire nocturno golpeaba mi rostro, respiré profundo y empecé a bajar utilizando la escalera, tuve que tener mucha precaución ya que la altura era considerable. Cuando por fin mis pies tocaron el suelo, retiré la escalera y la dejé escondida entre los arbustos. La adrenalina corría por mis venas, miré a mi alrededor vigilando que nadie estuviera cerca. Todo estaba en silencio, excepto por el suave murmullo del viento que agitaba las hojas de los árboles. El corazón me latía con fuerza, casi podía oírlo en mis oídos. Tomé la maleta y empecé a caminar en medio de la oscuridad. Ni siquiera avancé mayor distancia cuando de repente escuché la voz de mi hermana gritar mi nombre. —¡Harper! —su vocecita rompió el silencio de la noche como un eco desesperado. Me detuve en seco, el corazón saltándome en el pecho. Sin embargo, justo antes de que pudiera girarme hacia el sonido de su voz, escuché un golpe fuerte y seco contra el suelo detrás de mí. Mi respiración se detuvo por un instante, y un escalofrío recorrió mi espalda. Giré lentamente, con el corazón desbocado, temiendo lo peor. Allí, tendida en el suelo, vi a mi hermanita completamente inconsciente. —¡LUCÍA! —grité horrorizada, soltando mi maleta y corriendo hacia ella. Su pequeño cuerpo estaba inmóvil, su cabello esparcido sobre el césped. Me arrodillé a su lado, temblando mientras la tomaba con cuidado. Sentí mis rodillas hundirse en la tierra húmeda mientras la tomaba. Las lágrimas me ardían, y no sabía si era por el viento… o por el terror. Algo dejó de latir al sentir la humedad en la mano con la que sostenía su cabecita. Con un terrible miedo bajé la mirada, y vi mis dedos manchados de sangre. Un grito ahogado escapó de mi garganta mientras mis ojos se llenaban de lágrimas aún más rápido. —¡Lucía, por favor, despierta! —supliqué entre sollozos, mi voz rota por el miedo, pero no hubo respuesta. Su pequeño pecho permanecía inmóvil, y su rostro, siempre tan lleno de vida, ahora lucía inexpresivo. El mundo se volvió borroso a mi alrededor, y el frío de la noche se coló en mis huesos mientras el charco de sangre seguía expandiéndose en el césped.