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—¡NO, NO, LUCÍA! —grité una y otra vez completamente horrorizada. Mi cuerpo temblaba sin poder controlarlo. Otra vez desperté llorando, bañada en sudor y agitada. Era el mismo sueño de cada noche. De repente, la puerta de mi habitación se abrió de golpe, revelando la figura de mi madre, con el rostro lleno de preocupación. Sus ojos me escanearon rápidamente, deteniéndose en las lágrimas que corrían por mis mejillas y en mis manos que apretaban las sábanas con fuerza. Rápidamente se acercó a la cama y me abrazó con fuerza. —¿Es el mismo sueño otra vez? —preguntó mi madre mientras me rodeaba con sus brazos, intentando calmar mis temblores. —Perdón, perdóname, Lucía. Yo... Yo no sabía que eso pasaría... —mi respiración entrecortaba mis palabras. Las imágenes de Lucía, tendida en el césped en un charco de su propia sangre, seguían invadiendo mi mente, tan vívidas y desgarradoras como aquella noche. Cerré los ojos con fuerza, intentando expulsar el recuerdo, pero solo lograba hundirme más en él. —Ya, ya estoy aquí —susurró mi madre acariciando mi cabello. —Mamá, si yo me hubiese quedado con ella esa noche, quizás... —rompí en llanto nuevamente sin poder terminar de hablar. Ella me tomó de los hombros y me obligó a mirarla directamente a los ojos. —Harper, cariño, ya han pasado 7 años desde que tu hermana murió, debes superarlo —me pidió mirándome con determinación. Sin embargo, la tristeza y el rencor que alcanzaba a ver en sus ojos, solo me hacía sentir culpable. —Si tan solo esa noche no hubiese intentado escapar con... —¡No menciones el nombre de ese tipejo! —levantó la voz furiosa. Cerró sus ojos un momento conteniéndose y continuó—: Ese maldito hombre llenó tu cabeza de cucarachas. Solo tenías 16, eras muy ingenua y él se quería aprovechar de ti. Bajé la mirada y empuñé las sábanas con más fuerza. Escuché a mi madre suspirar antes de levantarse de la cama. —Será mejor que no hablemos de este tema, alguien podría escucharnos. Juramos jamás decir absolutamente nada, ni siquiera tu padre lo sabe y así debe de seguir —sus palabras estaban cargadas de impotencia. El nudo en mi garganta creció. El peso del secreto que compartíamos había moldeado cada aspecto de mi vida desde aquella noche, pero la mención de mi padre lo hacía más insoportable. Él nunca supo toda la verdad detrás de la muerte de Lucía. —Mamá... —murmuré, pero ella levantó una mano para detenerme. —Ya basta. Le agradezco a Dios que no pudiste escaparte y que se apiadó de nuestro dolor y nos mandó a Mauricio. Su nombre resonó en mi mente como un eco distante, uno que no sabía si me traía alivio o un peso aún mayor. Había pasado casi un año desde la muerte de Lucía. Sin embargo, todos seguíamos devastados, mi madre vivía enojada todo el tiempo, no salía de su habitación y solo lloraba abrazando las fotografías de mi hermana. Mi padre seguía trabajando, sin mostrar demasiado su dolor, manteniéndose fuerte por las dos. Y yo… yo era el epicentro del desastre. No solo cargaba con la culpa por la muerte de mi hermana, sino también el peso de haber roto a nuestra familia. Un día, mi padre iba en su auto, imagino que, con todo lo que estábamos atravesando, su mente estaba en otra parte, nublada por el dolor. Fue entonces cuando ocurrió: en un instante de distracción, atropelló a un niño de tan solo diez años que vivía en las calles. Papá lo llevó al hospital y durante los días que siguieron, todos estuvimos pendientes de él, esperando ansiosamente cada parte médico, como si su recuperación también significara un rayo de esperanza para nuestra familia. Cuando finalmente fue dado de alta, la intención principal era que se quedara en nuestra casa hasta que se recuperara por completo, pero mis padres y yo nos encariñamos con ese niño. Al principio teníamos miedo de usar a ese pequeño para llenar el vacío que dejó Lucía, y tal vez era así al principio, pero ahora, Mauricio se convirtió en el hijo varón que mi madre no pudo tener, y para mi padre fue una oportunidad para redimirse, ya que no pudo proteger a Lucía pero a él sí. Y para mí... Él es mi hermano, alguien que de alguna forma entendía el peso que llevaba en mi corazón, el único que podía ver sin sentirme culpable. —Y por otra parte está Dylan, a quien tu padre y yo apreciamos mucho. Ustedes ya llevan casi 6 años de ser novios y sé que terminarán casándose y nos darán muchos nietos —afirmó mi madre. Más que una ilusión o un anhelo, en sus ojos podía ver una clara orden de lo que yo debía hacer. Tragué saliva y asentí, aunque por dentro sentía que mi pecho se comprimía. Dylan era un buen hombre, no había dudas de eso. Había estado a mi lado en los momentos más oscuros, soportando mi dolor y tratando de construir algo sólido entre los dos. —Sí, Mamá —respondí en voz baja, tratando de sonar convincente. —Bueno, ve a bañarte y alístate para ir a la universidad, recuerda que hoy en la noche iremos a la celebración de Dylan. Hoy será su primer día en la empresa y hay que celebrarlo —pronunció antes de darme un beso en la frente y salió de mi habitación. Dejé soltar un suspiro desalentador y abracé mis rodillas. Mi padre (Patrick Murphy) y el padre de Dylan (Victor Coleman) han sido amigos de casi toda la vida, fundaron su empresa juntos, las joyerías y los centros comerciales más importantes del país de San Francisco les pertenecen. Pero no es esa relación la que me hace sentir comprometida con él, sino el querer complacerla a ella... A mi madre. Obedeciéndola es mi única manera de recompensarle todo el daño que le causé. Me di un largo baño, intentando que el agua se llevara todos esos pensamientos que vivían torturándome, pero fue inútil. Empecé a prepararme para la universidad, ya es mi último año allí. Me puse una blusa negra de mangas largas con hombros descubiertos, una falda corta a cuadros en tonos marrones y negros, y botas altas negras por encima de la rodilla. Recogí mi cabello en una cola alta. Busqué en mis cajones unos pendientes que me regaló Mau en mi cumpleaños, pero al no encontrarlos, saqué el cofre donde guardo mis cosas más preciadas. Su madera estaba un poco desgastada por el tiempo y sus bordes dorados algo rayados, pero aún conservaba su belleza original. Lo abrí con cuidado, sintiendo una punzada en el pecho al ver los objetos que guardaba ahí: una fotografía de Lucía y yo cuando éramos niñas, la cual llenó mis ojos de lágrimas. Sin embargo, las contuve con todas mis fuerzas y la dejé a un lado. Respiré hondo, intentando recuperar la compostura mientras rebuscaba entre los demás objetos. Allí estaban: los pendientes que Mauricio me regaló, pequeños y delicados, con un diseño de rosa que me recordaba su forma de verme: "tierna y delicada". Eso dijo. Después de ponérmelos, empecé a guardar todo nuevamente y justo en ese instante mis ojos notaron el hermoso collar dorado con aquel dije en forma de corazón y el bello rubí en el centro de este. Inevitablemente lo recordé a él, Dante... Las lágrimas humedecieron mis mejillas. Ese collar, ahora el símbolo de una promesa rota, de un amor imposible que jamás pudo ser. Sentí el aire asfixiante. Acordarme de él siempre dolía, por más que el tiempo pasara... Rápidamente volví a guardar ese collar, como si eso me ayudara a sepultar su recuerdo. Cerré con todas mis fuerzas el cofre y lo dejé en su lugar. En el último cajón donde no pudiera verlo. Tomé mi bolso y salí casi huyendo de mi habitación. Cuando bajé las escaleras, encontré a mi familia en el comedor mientras las empleadas servían el desayuno. Me acerqué rápido para despedirme, evitando hacer contacto visual con cualquiera de ellos, porque sé que no tengo buen semblante y no quería que, principalmente, mi padre y mi hermano lo notaran. —Hija, ¿por qué tanta prisa? —inquirió papá mientras yo le daba un beso en la mejilla. —¿No vas a desayunar, hermanita? —preguntó Mau intentando mirarme. Me acerqué a él y le revolví el cabello con una sonrisa forzada, tratando de desviar su atención. —No, no tengo hambre, y tampoco tiempo —respondí con cierta rapidez. —Harper, debes aprender a mejorar tus tiempos. Por lo menos toma un poco de jugo —insistió mi madre desde su lugar, con ese tono que siempre me hacía sentir como si estuviera fallando en algo. —Te prometo que comeré algo antes de entrar a clases —respondí sin hacer contacto visual con ella y le di un beso en la mejilla. —Está bien, pero cuídate por favor. Avísame cuando llegues a la universidad —me pidió con su tono habitual de preocupación, que siempre llevaba un matiz de reproche velado. Asentí rápidamente, y me alejé hacia la puerta. —Lo haré, mamá. Nos vemos luego —solté un suspiro finalmente en cuanto cerré la puerta a mis espaldas. Crucé el jardín hasta llegar al garaje. Subí a mi auto y conduje tratando de concentrar mis pensamientos en el camino, pero era casi inútil. Al llegar a la universidad, me estacioné en el lugar de siempre, donde me estaba esperando mi única y mejor amiga: Melisa. —Cada vez que veo ese auto lo odio más —pronunció mientras yo me bajaba. Solté un suspiro observando el vehículo. Un Mercedes Benz de color blanco. —Es decente, tiene un diseño sobrio y elegante —dije tratando de defenderlo. —Y esas son palabras de tu madre. Por eso lo odio —empezó diciendo—. Era tu regalo de cumpleaños y aun así ella eligió lo que quiso. Hasta en eso se mete, no está bien. —Me siento tan agradecida de que ya no me traiga todos los días a la universidad que no me importa qué auto sea —respondí. Ambas comenzamos a caminar hacia el campus. —Pero tú habías dicho que querías un Porsche —replicó. —Mamá dijo que no era para niñas decentes un auto tan deportivo —me reí sin ganas. —Sin duda, la señora Rebeca vive en otra época. —Ya no hablemos de eso, es un caso perdido —le pedí con cansancio mientras observaba el césped pensativa. —La primera clase es con el profesor Clarson. Ese hombre es bastante problemático, detesto su clase, pero más nos vale no llegar tarde —pronunció mirando su reloj. Hice un sonido en señal de acuerdo, pero el silencio que siguió después de eso alertó a Melisa. —Mmm, ya sé en qué estás pensando. ¿En la celebración del chicle esta noche? —preguntó de forma despectiva. —Ya te he dicho que no le digas así, Melisa —le pedí sin ganas. —Puf, es la verdad. Agradezco a Dios que se haya graduado, porque cuando estaba estudiando aquí en la universidad no se te despegaba ni un segundo. Ahora por lo menos cuando estés aquí tendrás un respiro de él —resopló. —Es un buen chico. No entiendo por qué no te agrada —contesté mirando la distancia. Ambas seguíamos caminando lentamente por el campus, una al lado de la otra. —Me agradaría si estuvieras enamorada de él, pero es obvio que no lo amas, ni siquiera han tenido sexo en casi siete años de relación —dijo de forma espontánea. Miré a mi alrededor avergonzada, esperando que nadie la haya escuchado. —Melisa, por favor, baja la voz. Ella solo rió y acarició mi cabeza como si se tratase de un cachorrito perdido. —Ay, mira cómo te sonrojas por hablar de sexo. Seguramente Dylan se comió el cuento de que querías esperar hasta el matrimonio. —Y es así, cuando nos casemos, cumpliré mis deberes de esposa —afirmé tratando de sonar firme. De repente, Melisa se detuvo. Obligándome a hacer lo mismo. —¡¿De verdad piensas casarte con él?! —inquirió en un claro desacuerdo. Desvié la mirada ante su pregunta mientras mis manos se ocultaban en mi espalda. —Harper, por Dios, cuándo te darás cuenta de que ellos solo te manipulan y sobre todo tu madre. —No digas eso, Melisa. —Yo sé que no quieres a Dylan, y nunca lo vas a querer porque no te has podido olvidar de... Miré a Melisa con enojo, interrumpiéndola. —Ni siquiera lo menciones o te juro que nuestra amistad se acaba ahora —advertí, mi corazón latiendo rápido. Melisa me mira enojada y camina rápidamente adelantándose. Me sentí mal, sé que ella solo quiere lo mejor para mí. La seguí. —Meli, lo siento... Por favor, espera —supliqué, pero ella no se detuvo. Cuando logro alcanzarla a pocos pasos de entrar al salón, la tomo del brazo. Ella gira hacia mí y siento una gran culpa al ver que sus ojos están llorosos. La abrazo con todas mis fuerzas. Melisa, a pesar del aspecto y personalidad ruda, es una chica sensible, que solo busca cuidar de los suyos. —Lo siento tanto, no debí decir eso. —Es que yo no quiero que te sigas lastimando a ti misma, Harper. Tú eres como mi hermana y no quiero ver cómo te haces daño, cómo dejas que te lastimen —sollozó abrazándome de vuelta. Me alejé un poco para mirarla. Mis ojos llorosos la observan secarse las lágrimas. —Yo estoy bien, Meli, el día que no lo esté, pediré tu ayuda, ya no te preocupes por favor. Melisa me mira y, aunque no está convencida, asiente. —Está bien —respiró profundo mientras sacudía sus manos frente a sus ojos—: Mira nada más, solo tú me haces chillar de esta manera. Ambas nos reímos, secamos las lágrimas de la otra y entramos al salón de clases. Mientras la voz del profesor se escuchaba al fondo, Melisa y yo estábamos en los últimos asientos tomando notas. La observé por unos breves segundos y recordé la vez que nos conocimos. Fue el día del funeral de Lucía. Melisa ese día estaba visitando a sus padres en el cementerio, ellos habían muerto cuando ella era una niña. Yo estaba apartada de la multitud y ella se acercó a mí. Hablamos y lloramos tanto ese día que desde entonces somos inseparables. Melisa siempre dice lo que piensa y vive libremente y por eso tanto Dylan como mi madre la odian. Pero eso no importa, el sentimiento es mutuo, ella también los odia. Mi madre en especial siempre se ha opuesto a que seamos amigas. Dice que no le gusta su aspecto de chica rebelde, los tatuajes, que siempre vista de negro o sus piercings. También está segura de que es muy mala influencia para mí y que si sigo frecuentándola me llevará por mal camino. A pesar de eso, seguimos siendo amigas, y tal vez sea lo único en mi vida con lo cual le he llevado la contraria a mi madre. El atardecer iluminaba el campus, las clases finalmente llegaban a su fin. Después de llevar a Melisa a su casa porque su auto estaba en el taller, conduje rápidamente de vuelta a la mía. Tenía la esperanza de que Melisa me acompañara a la celebración de Dylan, pero se negó por completo por más que le insistí y no puedo culparla, yo tampoco quería ir. Llegué un poco tarde, así que entré apresurada a casa, encontrándome de frente con mi madre. Ella estaba al pie de la escalera con los brazos cruzados y mirándome con reproche. —Llegas tarde —dijo con seriedad. —Lo siento, mamá, tuve que llevar a Melisa a su casa, su auto está en el taller —me excusé caminando lentamente hacia ella. —Seguramente lo estrelló por conducir borracha —masculló. —Mamá, Melisa no es así, si tan solo la conocieras un poco... Mi madre extiende su mano hacia el frente interrumpiéndome. —Ni lo menciones, y no te equivoques. No me he opuesto con suficiente fuerza a esa amistad porque sé que es la única amiga que tienes, pero si esa chica sigue dando problemas te alejarás de ella quieras o no. ¿Entendido? —su tono era severo y su mirada aún más. Mordí mi lengua para no protestar y asentí. —Muy bien —empezó diciendo. Respiró profundamente antes de continuar y acarició mi cabello con una repentina sonrisa—: Bueno, mi amor, vamos a tu habitación, quiero ayudarte a elegir tu vestuario de hoy. Su alegría repentina me resultaba extraña. Fruncí el ceño confundida. —Mamá, solo es una reunión de bienvenida, me pondré cualquier cosa. —Claro que no, esta noche es muy importante —afirmó con cierto misterio. —¿Por qué lo dices? —indagué sintiendo algo fuera de lo normal. —Tú solo obedece y vamos —replicó sin dejar de sonreír. Solté un suspiro y asentí subiendo las escaleras junto a ella. Más tarde, mi madre terminó de arreglarme con un hermoso vestido que ella misma había elegido. Era una prenda que aún no había estrenado, una que compró con tanto entusiasmo hace unas semanas. El vestido es un diseño estilo princesa por encima de mis rodillas, color rosa. La silueta es acampanada con una falda voluminosa y un corpiño ajustado. Está adornado con pedrería o lentejuelas, creando un efecto brillante. —Mamá, ¿no crees que este vestido es demasiado? —le pregunté mirándome en el espejo. Hasta mi maquillaje era algo exagerado. —Claro que no, hoy tienes que deslumbrarlos a todos —sonrió emocionada. —¿Por qué? —inquirí completamente confundida. —Me preparo rápidamente y nos vamos —respondió ignorándome. Mi madre salió de la habitación, dejándome sola frente al espejo. Miré mi reflejo, el vestido era precioso, pero demasiado ostentoso para una simple reunión de bienvenida. Sentía una presión en el pecho, un peso extraño que no lograba identificar. Era un presentimiento, aunque incapaz de descifrar si se trataba de algo bueno o malo, solo sabía que estaba ahí, persistente, como un susurro en la penumbra.