DANTE
Me quedé quieto.
La mano cerrada sobre el picaporte, pero sin apretar. La voz de Rebeca traspasó la puerta como si me hablara a mí, no a ella.
—¿Lo has visto después de la fiesta de compromiso?
Estuve a punto de entrar. A punto de mandarla al carajo. De interrumpir ese interrogatorio que no le correspondía. Pero esperé.
No por prudencia o cobardía. Lo hice para escuchar su respuesta.
—No soy tonta, Harper —continuó Rebeca, sin dejarla hablar de una jodida vez— Desde que ese hombre volvió, estás muy extraña, más distante, nerviosa, y has llegado tarde a casa. Dime la verdad, ¿lo has visto sí o no?
Hubo una pausa, innecesariamente larga.
—No, mamá —respondió ella al fin.
Me sentí estúpido. ¿Por qué estaba tan decepcionado? ¿Acaso qué esperaba? ¿Una declaración? Patético.
—¿Entonces qué pasa contigo? Porque antes de que ese hombre volviera a nuestras vidas, estabas… feliz…
Me alejé de la puerta, como si algo me hubiera empujado con violencia.
Me dirigí a la recepción, pa