Mi corazón latía con fuerza, a punto de estallar, y el temblor en mi cuerpo era inevitable. Quería abrazarlo, cerrar la distancia entre nosotros, pero sabía que no podía, que no debía.
Las palabras de Isella y de mi madre hacían eco en mi cabeza, y retrocedí un paso, como si una fuerza invisible me alejara de él.Dante hizo un movimiento leve, como para detenerme; sus labios se entreabrieron para decir algo, pero el sonido se ahogó en el aire. Se quedó quieto, reteniendo lo que quería expresar, y la intensidad de su mirada me mantuvo paralizada.De pronto, una voz femenina cortó abruptamente la tensión, rompiendo con ese momento nuestro:—Hola, buenas tardes.Dante y yo giramos al mismo tiempo hacia quien había interrumpido.Ahí estaba ella, con esa sonrisa despreocupada y cálida, acompañada de dos chicas con sus uniformes de porristas, al igual que su capitana.—H-hola, Danna —la salud