—¿¡Qué!? ¡No! —negó rotundamente Melisa—. Thomas jamás haría eso.
Su voz era firme, seria, y aunque trató sostener mi mirada, la apartó hacia el suelo.La angustia y el miedo se abrieron paso en mi pecho. Intenté tocarla, pero no sabía cómo, no quería lastimarla.—¿Es por eso que no viniste ayer a clases?—No, fue porque tuve que cuidar a mis sobrinos —contestó rápido.—No te creo.—Es la verdad —replicó mirándome con determinación—. Aunque tienes razón en algo. Me dolió el brazo, porque tengo el hombro dislocado. Pero fue porque estaba jugando con Jack y Peter, saltando en el trampolín y me cayeron encima esos diablillos —su tono sonaba más casual, casi relajado.Aun así, no podía convencerme del todo.—Melisa… —hablé más despacio—. No me mientas. Estoy aquí, soy tu hermana.Ella apretó los labios y sonrió un poco, tomando mis manos.—Lo sé y n