Mi madre y yo bajamos en silencio las escaleras. Cerca de la puerta nos esperaba Mau, mi hermano, con una expresión que reflejaba aburrimiento.
—Por fin bajan —pronunció soltando un resoplido. Mi madre se rió y al acercarnos le dio un beso en la frente. —Ya vamos, señorito impaciente —le dijo colgándose de su brazo. Ambos caminaron juntos hacia la puerta mientras yo los seguía completamente ajena a su conversación. Esa sensación en mi pecho no se diluía. Algo me decía que esta noche no sería como cualquier otra. Después de un corto trayecto en auto, llegamos a 'Opulent Glow', la empresa administrativa central de cada joyería, perteneciente a la sociedad de los Murphy y los Coleman. Nos dirigimos al salón de eventos del lujoso edificio; por alguna razón, mis manos no dejaban de sudar. Al llegar, no pude evitar sorprenderme. Había muchas mesas elegantemente decoradas y una multitud de invitados charlando animadamente. Pensé que sería una celebración más íntima, pero esto parecía un evento de gala. Nos acercamos a mi padre, el cual se encontraba en compañía del señor Víctor Coleman e Isella, su esposa. Sin embargo, Dylan no estaba con ellos, lo cual me resultaba extraño. —Buenas noches —pronunció mi madre saludando. —Mi amor, al fin llegan —mi padre fue el primero en girarse hacia nosotros. Le dio un beso en los labios a mi madre, uno a mí en la mejilla y uno en la frente a Mau. —Buenas noches, los estábamos esperando —dijo Isella con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Sostenía una copa de champán en su mano izquierda y con la derecha sujetaba el brazo del señor Víctor. Ella era una mujer de mucho estilo y clase, cabello corto negro azabache. Llevaba puesto un vestido ceñido de seda verde esmeralda que resaltaba su figura esbelta. Sus ojos oscuros observaban siempre con atención. Le importaban mucho las apariencias y era bastante soberbia. —Sí, qué bueno que ya están aquí —agregó el señor Víctor, también sonriendo. Él, por su parte, era un hombre muy parecido a mi padre en cuestión de personalidad: formal, recto, pero humilde, siempre con un consejo por dar y una sonrisa amable. —Sentimos la tardanza, pero Harper debía lucir perfecta esta noche —afirmó mi madre con un tono de intriga, compartiendo una mirada cómplice con Isella, mientras me tomaba del brazo. Nuevamente esa incertidumbre volvió a mí, esta vez más fuerte. —Y vaya que lo has logrado —comentó Isella, inclinando ligeramente la cabeza para observarme de pies a cabeza. Su mirada era evaluadora, como si estuviera buscando algo que criticar, aunque su sonrisa permanecía impecable. —Gracias, señora Coleman —respondí con cortesía. —Mi hermana siempre se ve muy hermosa —agregó Mau, con cierto tono defensivo, pero que al parecer solo Isella y yo notamos que era en serio; los demás solo rieron, pensando que solo era el hermanito menor protegiendo a su hermana. —Por supuesto que lo es —concordó Isella con una sonrisa que parecía forzada. Continuó— ¿No vas a preguntar por mi hijo? Tu guapo y apuesto novio —inquirió manteniendo la misma expresión divertida. Vi a mi hermano, Mau, rodar los ojos ante su pregunta mientras los demás me observaban esperando una respuesta. Me tomé un segundo antes de responder, esforzándome por mantener la calma mientras la timidez y el nerviosismo, como siempre, jugaban en mi contra. De repente, mi madre me rozó con su codo, muy disimuladamente. —Sí... ¿Dónde está, Dylan? —pregunté como si la voz me saliera expulsada a la fuerza de mis labios. Todos parecían acostumbrados a mi timidez y mi personalidad de pocas palabras que solo seguían sonriendo, a excepción de mi hermano. De repente, sentí un par de brazos rodeándome por la espalda. Al girar un poco mi cabeza, no me sorprendió ver la sonrisa de Dylan. —Hola, mi amor —dijo él, acercando su rostro al mío—. Te ves preciosa esta noche. —Gracias —respondí, esforzándome por sonreír. Él me giró por completo para mirarme de frente, con una expresión radiante. —Te extrañé demasiado —pronunció acariciando mi mejilla. Besó mis labios y aunque correspondí, no pude profundizar mucho aquel beso, y me separé en cuestión de unos escasos segundos. —Ha-hay muchas personas —titubeé bajando la mirada. Dylan soltó una risa suave y tomó mi barbilla con delicadeza para que lo mirara de nuevo. —No me importa cuántas personas haya. Esta noche es solo de los dos —expresó confundiéndome. Estaba por preguntar, pero Isella habló primero: —Jamás me cansaré de verlos juntos. Son tan tiernos —comentó, llevándose una mano al pecho. —Si ustedes son felices, nosotros también lo somos. Tienen una relación hermosa —añadió el señor Víctor con un tono paternal. —Opino lo mismo —intervino mi padre, con una sonrisa aprobatoria. —Muchas gracias, suegro —dijo Dylan, con su carisma habitual. —Bueno, vayan a bailar. Dejen que estos viejos se queden aquí a aburrirse unos a otros —dijo mi madre, haciendo un ademán con la mano. —Usted es un amor, suegrita —replicó Dylan con una sonrisa pícara. —¡No me digas así, niñito malcriado! —respondió ella, reprimiendo una risa. Todos se rieron, exceptuando nuevamente a Mau, que rodó los ojos de manera evidente. Sobra decir que a mi pequeño hermano no le agrada Dylan, ni su madre y por supuesto detesta que tenga una relación con él. Tampoco está de acuerdo con lo que dice que mi madre ejerce sobre mí. —Primero vamos a saludar a algunos amigos, ¿Te parece? —me preguntó llevándome de su brazo mientras nos alejábamos de nuestra familia. —Está bien —contesté con la mirada baja, abriéndonos paso entre los invitados. No habían pasado ni cinco minutos en presencia de los amigos de Dylan, y ya deseaba salir corriendo. A cada segundo que pasaba, uno de ellos decía que éramos la pareja perfecta, y la manera en que todos parecían idolatrar a Dylan me resultaba falsa y abrumadora. Como siempre, me mantuve al margen de la conversación y me limité a responder preguntas directas hacia mí, con una sonrisa forzada. —Bueno, me disculparán un momento, pero le debo un baile a mi bella novia —pronunció Dylan, alentando los vitoreos de sus amigos. Mientras él me guiaba al centro de la pista, sobre mi hombro vi a dos de sus amigas murmurar entre ellas mientras nos miraban para después reírse. Pero debido al ruido a nuestro alrededor no pude escuchar lo que decían. Cuando llegamos al centro del salón, una nueva pieza musical empezó a sonar. Dylan me dio un corto beso en los labios y ubicó suavemente mi cabeza en su pecho. Comenzamos a bailar al ritmo de una canción lenta. —Te amo tanto, Harper —susurró. Cerré los ojos, sintiendo el peso de la culpa que esas palabras siempre traían consigo. Porque por más que lo intenté en estos siete años, yo simplemente no podía amarlo de la manera en que él me amaba a mí. —¿Y tú? ¿Me amas? —preguntó, su voz suave pero expectante. Abrí mis ojos y levanté lentamente la mirada, encontrándome con sus ojos cafés claros, tan llenos de esperanza y amor que sentí que el aire se me escapaba del pecho y la culpa me golpeó con mayor intensidad. Aparté la mirada, sintiendo un nudo en mi garganta, y asentí. Él inclinó su rostro, obligándome a mirarlo directamente. —Dilo —me pidió sin dejar de bailar. —Sí, sabes que sí… Te... te amo —respondí, con la voz temblorosa. Él sonrió, satisfecho. De pronto, algunas luces se apagaron, dejando una luz tenue en el salón. La música se detuvo y un reflector iluminó el centro de la pista, enfocándonos a Dylan y a mí. —¿Q-qué pasa? —pregunté mirando a mi alrededor, desconcertada. Los invitados salieron del centro del salón y nos rodearon mientras nos miraban expectantes y sonreían con anticipación. Mi madre e Isella estaban juntas, cubriéndose la boca con las manos, emocionadas. Una chica se acercó a Dylan con un micrófono. Él lo tomó, su expresión segura y una sonrisa que irradiaba carisma y felicidad. Me miró fijamente. —Harper, mi amor —empezó diciendo, su voz clara y resonante llenando el salón—. Desde que éramos niños, puse mis ojos en ti. No solo por el vínculo de nuestras familias, sino que también porque eres la persona más hermosa que he conocido, por dentro y por fuera. Han sido casi siete años juntos… los mejores años de mi vida. Y con cada día confirmé que eres la única mujer con la que quiero pasar el resto de mis días. Tú y yo somos la pareja perfecta ante la sociedad y el mundo entero. Mi corazón latía acelerado con anticipación, mientras lo escuchaba, en mi mente deseando que no hiciera lo que estaba temiendo. Entonces Dylan se inclinó sobre una rodilla, sacando de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo negro, y haciendo realidad mis miedos. Al abrirla, un anillo espectacular, adornado con un diamante brillante, brilló bajo la luz del reflector. La respiración se me cortó de golpe y una sensación de vértigo invadió mi cuerpo. —¿Quieres casarte conmigo, Harper Murphy? —preguntó, mirándome con una sonrisa llena de adoración. Un silencio absoluto llenó el salón, denso y sofocante, como si el aire hubiera sido drenado por completo. Como dagas afiladas, podía sentir cada mirada acuchillarme hasta hacerme desangrar. Las paredes parecían cerrarse lentamente y la ansiedad crecía peligrosamente dentro de mí, casi a punto de asfixiarme mientras mis piernas temblaban tentadas a salir huyendo.