El silencio no era pacífico, era abandono.
El viento no soplaba para dar consuelo; te hacía sentir la incipiente soledad.
Y los árboles, altos y frondosos, no estaban allí para recordarte que hay vida después de la muerte. Entre sus hojas agitándose, susurraban el lamento de los que enterraron aquí a quienes más amaron.
Cada nombre, cada fecha, se incrustaban en mi mente. Personas que murieron a una edad avanzada y otras demasiado jóvenes.
Incluso vi una lápida con un grabado peculiar. El día de nacimiento fue el mismo de su muerte. Seguramente no tuvo ni tiempo de llorar.
Y solo pude pensar en una cosa:
&