—Harper... —dijo él, y su voz fue como un golpe seco.
No me giré. Si lo hacía, iba a quebrarme.
Pero su mano seguía ahí, firme en mi brazo, no agresiva, pero tampoco tierna. Solo inevitable.
Lo sentí más cerca y cerré mis ojos con todas mis fuerzas, deseando que al abrirlos estuviera lejos de él.
—¿A qué le huyes? —preguntó con la voz peligrosamente baja, tan profunda... tan suya.
Sentía mis latidos resonar con fuerza en mis tímpanos.
&