¡Gabriel!

Nunca, nunca debí asistir a esa cita —se repetía Leonor, sintiendo cómo las palabras de Emily aún golpeaban su pecho como un martillo. Su mundo se desmoronaba ante sus ojos por una simple casualidad.

Sus lágrimas bajaban por sus mejillas con el deseo que todo fuera una pesadilla del cual iba a despertar por la mañana.

—Esto nunca debió pasar, nunca debí trabajar para Emily. ¿Como se me ocurrió trabajar en esa empresa? —Sé lamentaba en susurros qué solo ella podía escuchar.

Al llegar a casa, cerró la puerta tras de sí con un movimiento tembloroso. El clic del cerrojo resonó como un suspiro ahogado, como si la casa misma entendiera que algo estaba a punto de romperse. Se quitó los tacones con un gesto brusco y los dejó caer al suelo. Las lágrimas eran más abundantes que las anteriores, y con ellas, la sensación de vulnerabilidad que nunca había querido mostrar.

Se acercó a la habitación de Clara, donde su hija dormía profundamente, abrazada a su muñeca favorita y el gatito junto
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