Emily era de esas chicas que nunca dejaba nada al azar, ni en los negocios y mucho menos cuando se trataba de Gabriel. Jamás se daba por vencida y nunca aceptaba un "no" por respuesta.
Frente al tocador de su habitación, se miraba en el espejo admirando su belleza, ella lo sabía, todos lo sabían, excepto uno. Gabriel parecía no importarle cuán hermosa fuera y cuán buen cuerpo tuviera, algo que a ella le irritaba, no ser suficiente para él.
Su mente volaba imaginando un futuro en los brazos de Gabriel. Sentir su cuerpo, sus labios, sus manos recorriendo su cuerpo; algo que deseaba tan solo una vez en su vida y que de alguna manera lo iba a lograr.
—¡Serás mío Gabriel, ya lo verás! —Sonrió mirándose así misma directo a los ojos mientras que la luz tenue del amanecer se filtraba entre las cortinas, tiñendo de dorado su reflejo en el espejo.
Pasó los dedos por su rostro impecable, observándose con el mismo rigor con el que un crítico de arte examina una pintura.
Era hermosa, au