La oficina de la empresa despertaba con el habitual murmullo de teclados, pasos apresurados y el zumbido constante del aire acondicionado.
Era una mañana un poco nublada y ventosa. Leonor llegó temprano, como cada mañana, con su cabello recogido en un moño elegante y un blazer claro que resaltaba su porte sereno. No pasaba desapercibida, pero tampoco era opacada por sus compañeras. Había aprendido a moverse por ese entorno como si fuera un tablero de ajedrez: cada paso calculado, cada gesto medido, cada palabra pensada.
—Buenos días —saludó a la chica de recepción —Buenos días —. Volvió a decir pasando por los cubículos donde ya había algunos trabajando.
Al encender su computadora, el reflejo del monitor iluminó su rostro concentrado. Con su mano en el mouse, clickeaba y acceda a documentos, los revisaba y ajustaba detalles.
Respondía llamadas, contestaba correos y mensajes. Ajustaba los últimos detalles una presentación que debía estar lista para el día siguiente. Su objetivo era