La mañana amaneció con un silencio extraño, casi antinatural. Un ambiente frío casi ultratumba peor que los días pasados desde la discusión que Emily provocó.
Era como si sus padres quisieran castigarlo hasta obtener lo que ellos querían: un compromiso con Emily y así garantizar una estabilidad para ambas familias.
Ni siquiera los pájaros que solían cantar en el jardín de la casa de Gabriel parecían animarse a romperlo. Gabriel se levantó temprano, no porque quisiera, sino porque el insomnio le había ganado la batalla hacía horas. La noche anterior había sido una guerra interna: entre los rostros de sus padres, la mirada controladora de Emily y el eco ineludible de Leonor y Clara en su mente, su cabeza se había convertido en un campo de batalla sin tregua.
Bajó las escaleras con paso firme, aunque sus pensamientos fueran cualquier cosa menos estables. El eco de sus pisadas sobre el mármol se extendía por el amplio recibidor como si cada paso anunciara que algo estaba por romperse. A