Su madre viendo que ya nada se podía hacer decidió salir de la habitación y dejarlo solo.
La mañana llegó y Gabriell amaneció sin haber dormido realmente. La noche le había pesado como una piedra hundida en el pecho, quizás por la mezcla de sentimientos.
Caminó por la habitación como un hombre que no sabía bien cómo sostener todo lo que estaba ocurriendo, pero con la seguridad absoluta de que esta vez no iba a retroceder.
Clara, ese nombre le había dado vueltas en la cabeza durante horas, repitiéndose una y otra vez hasta convertirse en una especie de mantra. Clara. La niña que no vio crecer. La niña que había sido la sombra de cinco años de decisiones equivocadas. La niña que ahora, por fin, tenía un rostro para él. Un rostro que no podía sacarse de la memoria y junto a ese rostro estaba Leonor
La versión adulta, la mujer rota, la mujer que había tenido que cargar sola con una vida entera. La que había huido, cambiado su nombre, borrado rastros, construido una nueva existencia a la