El apartamento de Emily estaba en completa oscuridad. Las cortinas cerradas dejaban entrar apenas un hilo de luz grisácea que se colaba por los bordes. Un ambiente casi ultratumba.
Emily estaba al borde de la mesa: su cabello era despeinado, sus ojos estaban enrrojecidos y sus ojeras se marcaban, su vestimenta era pijamas en color oscuro. Una personificación exacta de lo que sería un ente oscuro. Sobre la mesa del comedor habían cientos de fotografías que estaban esparcidas, pegadas con cinta adhesiva, marcadas con líneas rojas que unían rostros, gestos y lugares. Gabriel estaba en cada una de ellas, solo o acompañado, siempre con esa aura de control que Emily encontraba irresistible y frustrante a la vez.
Levantó la copa de vino, girándola lentamente entre sus dedos. La luz del atardecer se reflejaba en el cristal, destellando con un brillo que parecía burlarse de ella. Sus ojos recorrían nuevamente cada foto, deteniéndose en los gestos, en las sonrisas de Gabriel y otras de la mujer