Emily estaba incrédula. No podía creer en las palabras del investigador. Era imposible, casi cruel qué Leonor y Elena fueran la misma persona. Lo último que había escuchado en la reunión de compañeros era que Elana había muerto hacia ya algún tiempo. Y ahora escuchar que era Leonor, no podía digerirlo.
—¿Son la misma persona? —cuestionó nuevamente —. ¿Estás seguro de ello?
El investigador no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en ella con una calma que asfixiaba. Luego, asintió despacio, como si cada milímetro del gesto pesara toneladas.
—Todo apunta a eso. Y hay más —dijo con voz baja, casi confidencial—. Hay cosas que todavía no he podido confirmar. Cosas que, si se confirman, cambian todo.
Emily sintió cómo el aire se le detenía en la garganta. La desesperación, esa que la había dejado vacía y temblorosa durante días, regresó como un fantasma al que ya no podía temer. Sabía que, si Gabriel descubría que Leonor podía ser Elena, su lugar en su vida dejaría de existir. Serí