Mientras Emily se había hundido en un mar de dolor tras el rechazo de Gabriel, Leonor aprovechó el tiempo y organizó con cautela algunas cosas para cuando llegara el momento de marcharse de la ciudad. Para ella, cada hora contaba. En su interior, un mal presentimiento crecía lento, como una sombra que se deslizaba bajo la puerta.
Su ventaja era mínima, pero cualquier tardanza en medio del caos que Emily había comenzado a generar podía ser fatal.
Con el teléfono en la mano, Leonor dudó unos segundos antes de marcar. Sus dedos temblaban apenas, como si incluso el aire la vigilara. Finalmente, presionó el número de Tomás. El corazón le latía con fuerza en el pecho cuando escuchó su voz al otro lado.
—Hola… necesito hablar contigo —dijo, intentando mantener la calma, aunque su voz temblaba—. Es urgente, Tomás.
El tono sereno de él fue un contraste brutal con su ansiedad.
—Dime, Leonor. ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?
—No lo está, Tomás. Todo está mal —respondió sin rodeos, tragando saliva—. E