Isabella había empezado a reconocer la expresión que Sebastián ponía cuando planeaba algo que, con toda probabilidad, terminaría con alguno de los dos —o ambos— en problemas. Era una sonrisa de medio lado acompañada de un brillo particular en sus ojos verdes que gritaba "aventura" con la misma sutileza que un martillo contra cristal.
"Tengo algo que mostrarte," le dijo durante el desayuno, inclinándose sobre la mesa de roble pulido del comedor privado donde habían empezado a comer juntos después del incidente con las flores. "Algo que nadie más conoce."
Isabella masticó lentamente su tostada con mermelada de frambuesa, estudiando su expresión. Después de dos semanas de convivencia forzada, había aprendido a leer las sutilezas en el rostro del príncipe mejor de lo que le habría gustado admitir.
"¿Qué tipo de 'algo'?" pregunt&oa