El silencio que seguía a los ecos de la risa de Kate se rompe con un nuevo golpe demoledor. La pantalla parpadea y, de pronto, el rostro de ella desaparece. En su lugar, comienza a reproducirse un video.
El sonido metálico de un micrófono oculto resuena primero, luego se escucha con claridad la voz inconfundible de Kate, cargada de veneno y victoria. –Aquí está la verdad –dice en la grabación, su tono firme, sin vacilaciones. – Este matrimonio no es más que un acuerdo frío y calculado, diseñado para salvar a la empresa que Amara y su abogado planearon esto, de lo contrario lo perderá todo. No hay amor verdadero, solo una transacción disfrazada de altar.
Las palabras se amplifican por los altavoces de la iglesia como un disparo que atraviesa cada pecho. No solo los invitados lo escuchan; la transmisión invade las pantallas de noticias en todo el país. Afuera, en bares, en oficinas, en hogares, miles de ojos observan en directo cómo la boda de Liam Kane se convierte en un espectácu