Liam permanece inmóvil, como un soldado en el campo de batalla que sabe que el siguiente movimiento puede costarle la vida. El aire de la iglesia pesa como plomo, cargado de miradas y murmullos que no se atreven a romper el silencio absoluto. Su mente es un torbellino: la voz de Kate aún vibra en su cabeza, aguda, venenosa, imposible de ignorar.
“Todo es un acuerdo. No hay amor. Solo un contrato para salvar la empresa”.
Cada sílaba lo atraviesa como un dardo envenenado. Se siente traicionado, herido, desgarrado. Parte de él quiere levantarse, romper el silencio con un grito furioso y detener esta farsa, admitir que no puede casarse bajo esa sombra. Pero otra parte, más profunda, más obstinada, se aferra al único refugio que tiene: el amor que siente por Amara. Un amor imperfecto, marcado por secretos, sí, pero real. Lo único que da sentido a sus días.
Ajusta la mandíbula. Sus ojos, oscuros, cargados de tormenta, se clavan en ella. No le habla a Amara, le habla al sacerdote, pero ca