La tarde cae con una luz plomiza sobre la agencia, una de esas tardes en las que el aire parece cargado de algo indefinible, como si una tormenta se estuviera formando detrás de las nubes aunque el cielo aún se niegue a mostrarla. Liam trabaja absorto, o al menos pretende hacerlo, porque su mente lleva días incapaz de sostener un pensamiento más de cinco minutos sin que aparezca la imagen de Amara caminando por la casa, una mano sobre el vientre ya prominente, acariciándolo como si ese gesto fuera una forma silenciosa de hablar con el bebé.
Revisa los papeles de una venta, luego vuelve al motor que tiene abierto desde hace una hora, pero nada logra distraerlo del pensamiento persistente: falta poco para los seis meses, falta poco para conocerlo, falta poco para que todo vuelva a ser peligroso, falta poco para que Kate vuelva a atacar.
Se limpia las manos con un trapo cuando el celular nuevo, el que solo cuatro personas tienen, empieza a vibrar. Lo mira con el ceño fruncido, sintiend