–¿Señorita… desea que la lleve a casa? –pregunta Kate en voz baja, pero firme, con los ojos clavados en los de Amara como si buscara una rendija en su armadura. No hay amabilidad en su tono, solo profesionalismo tenso, casi militar, pero también una chispa de incomodidad.
Amara tarda en responder. Su mirada se desliza lentamente hacia Úrsula, quien se encuentra mirando hacia la pared sobre la cama, sin una pizca de felicidad.
Sabe que debería decirle que sí, que puede quedarse con los otros guardaespaldas, que no necesita más escolta. Pero no puede. Algo dentro de ella, un instinto, un dolor, un miedo primitivo, se lo impide. Está convencida de que si deja que Kate se quede, en cuanto cierre los ojos, correrá directo a los brazos de Liam. Y eso… eso es algo que no puede permitir.
–Sí. Llévame a casa –responde, al fin, con una voz tensa que le sale desde lo más hondo del estómago, sin siquiera mirarla a los ojos. Su tono es seco, cortante. –¿Y tú qué harás? –pregunta Amara entonce