El silencio que se forma después de su anuncio es brutal. Amara siente una punzada en el estómago. Un aplazamiento no cambia nada, solo retrasa el abismo, solo le da una semana más para seguir fingiendo, una semana más de mentiras, de insomnio, de desear que Liam cruce esa puerta y detenga todo.
–Si es tu decisión… así se hará –dice finalmente, con voz apagada, como si le arrancaran las palabras una por una. Se pone de pie lentamente, sintiendo que sus piernas pesan una tonelada.
Carlos asiente, satisfecho con la docilidad de su hija y la mira con detenimiento, como quien evalúa un producto antes de ponerlo en exhibición. –¿Ya viste el vestido? –pregunta, como si hablara de algo trivial. Su voz es calmada, casi ausente, pero su mirada es intensa, escrutadora.
Amara lo observa con el rostro inexpresivo, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo minutos atrás. Sus ojos, vacíos, ya no brillan como antes. Solo permanece de pie, estática, con la respiración contenida, como si incluso