Liam conduce a toda velocidad, casi sin ver las luces que pasan a los costados. El ruido del motor se mezcla con el latido acelerado en sus oídos y con las palabras de Carlos que siguen repitiéndose en su cabeza, como si no quisiera permitirle pensar con claridad. Cuando finalmente gira hacia la entrada principal de la empresa, lo primero que nota es el humo: espeso, oscuro, extendiéndose por el aire como una señal de alarma que parece llamarlo directamente a él.
Frena de golpe, ni siquiera estaciona bien. Se baja del auto casi corriendo y en cuanto abre la puerta siente el olor a quemado, a plástico derretido, a algo que no debería estar ahí. Sus pies chapotean en restos de agua mezclada con un polvo blanco que el equipo de emergencias debe haber usado para intentar apagar lo que quedó del incendio.
El corazón de Liam golpea tan fuerte que casi lo aturde.
–¡¿Carlota?! –grita mientras avanza entre vidrios rotos, escritorios volcados y pedazos de techo esparcidos por todas partes. – ¡¿