El llanto de las sirenas acompaña la carrera desesperada hacia el hospital privado que pertenece a Carlota. Liam conduce con una mano mientras con la otra sostiene el teléfono en altavoz, recibiendo instrucciones de urgencia del personal médico que ya está preparando el ingreso. Amara está en el asiento trasero, sosteniendo la cabeza de Carlota en su regazo, presionando el torniquete que ella misma se hizo para evitar desangrarse. Sophie y Cristóbal van también atrás, intentando ayudar como pueden, aunque el temblor en sus manos demuestra que la explosión los dejó más afectados de lo que quieren admitir.
Las luces de la ciudad pasan como un borrón. El volante tiembla por la velocidad excesiva, pero Liam no desacelera ni un milímetro.
–Aguantá, Carlota –dice Amara, inclinándose sobre ella. – Ya llegamos… ya estamos llegando…
Carlota intenta sonreír, pero apenas logra un gesto mínimo. Su rostro está pálido, demasiado pálido, y el sudor que le corre por la sien hace que Amara la mire con