Mientras tanto, En el taller, Cristóbal revisa una hilera interminable de bocetos. El ruido de las máquinas de coser llena el aire con una música constante, metálica. Los diseñadores corren, las telas se mueven como olas de colores entre las manos de las costureras.
Él se inclina sobre una mesa y corrige un trazo. La concentración es absoluta, pero su mente, en el fondo, está en otra parte.
Carlota entra sin tocar la puerta. Lleva el uniforme de seguridad, el cabello recogido y la misma expresión que tendría un soldado antes de la guerra.
–¿Otra noche sin dormir? –pregunta, arqueando una ceja.
–No me di cuenta –responde él, con un gesto cansado.
Ella cruza los brazos. –Te advierto algo, Cristóbal: Amara no necesita mártires. Si te desmayas sobre la mesa, no te va a dar una medalla, te va a echar.
Él suelta una sonrisa leve. –No es por ella. Es por todos. Por lo que está en juego.
–¿Y por Sophie? –dispara Carlota.
Cristóbal levanta la mirada. Por un instante, el silencio pesa entre amb