–Carlos –empieza Liam, con la voz baja, controlando el temblor que pugna por escapársele. – Antes de irme necesito pedirte un favor… pero te ruego que no estalles de rabia.
El ceño de Laveau se frunce y las venas se marcan en sus sienes. –Habla de una vez, muchacho –escupe, sin disimular la impaciencia. – Ya has consumido suficiente de mi noche.
Liam respira hondo, tanteando cada palabra como si fueran piezas de cristal. –Quiero que mantengas en secreto nuestra alianza. Que no le cuentes a Úrsula –o a nadie– que estamos trabajando juntos para encontrar a Amara. Si se entera, todo podría venirse abajo… y podría ser peligroso para ella.
Un trueno sacude los ventanales. Carlos golpea el escritorio con el puño; la copa de vino tintinea y su contenido rubí oscuro, se agita, bajo la luz del velador. –¿Por qué demonios querría esconder algo a mi esposa? –ruge. – ¿Acaso sugerís que está implicada? ¡Atrévete a decirlo!
Liam siente el filo de la furia de Carlos a un palmo del rostro. Traga