Kate hojea los papeles sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Sus esposas tintinean con cada movimiento, pero ella actúa como si fueran pulseras finas. –¿No es obvio, Liam? –responde con una tranquilidad que le enerva. – Dejé todo bien atado. Era lo lógico… alguien debía proteger lo que construí.
–¿Proteger? –La voz de Liam retumba en la sala, cargada de incredulidad y rabia contenida. – Esto no es protección, Kate. Esto es una emboscada jurídica. Me has colocado como tu testaferro, como el escudo que absorberá todos los golpes de la justicia… y si no renuncio o encuentro una salida, acabaré con la fiscalía respirándome en la nuca, revisando cada centímetro de mi vida.
Un guardia en la esquina levanta la vista, midiendo la tensión, pero no se atreve a intervenir. Kate, en cambio, sólo ladea la cabeza y lo estudia como un entomólogo que observa a un insecto atrapado en un frasco.
–Oh, Liam… –susurra, con una falsa dulzura que le hiela la sangre. – No es tan terrible. P