Sophie apoya la taza con cuidado, como si el gesto fuera un acto calculado para no romper el equilibrio del momento. Luego se inclina hacia ella. –Amara –su voz es firme, pero cargada de ternura–si no se lo dices tú, alguien más lo hará. Y cuando eso pase… no solo te va a doler perderlo, va a dolerle a él darse cuenta de que nunca confiaste en su amor.
Amara sacude la cabeza con desesperación. Sus manos tiemblan y las entrelaza con fuerza, como si quisiera retenerse a sí misma en pedazos. –¿Y qué quieres que haga? –explota, con lágrimas asomando a sus ojos. – ¿Quieres que vaya y le diga: “Liam, lo nuestro es un contrato, una maldita obligación para quedarme con una empresa”? ¿Quieres que lo mire a los ojos y lo destruya? Porque eso haría, Sophie… lo destruiría–
El silencio vuelve a caer, pesado. Sophie no retrocede. Se acerca y se sienta a su lado, hasta que el calor de su cuerpo obliga a Amara a mirarla. –No… –responde ella suavemente. – No lo destruirías. Lo que lo destruiría serí