Al día siguiente, el reloj de la oficina marca las siete de la tarde, y Amara apenas ha probado un sorbo de agua en todo el día. El sobre todavía descansa sobre su escritorio, abierto, con aquella frase que no deja de martillarle la mente: “El poder está en tus manos, ¿Liam sabe que la boda es por poder y no amor? Pronto lo descubrirá, lo juro.”
El miedo le roe el pecho como una bestia. Necesita hablar con alguien, necesita respirar fuera de esa prisión invisible en la que se ha convertido su conciencia. Y solo un nombre aparece en su mente: Ayslin.
Así que sale del lugar, maneja casi en automático, con el corazón latiendo tan fuerte que cada semáforo parece un suplicio. Cuando por fin estaciona frente a la casa de Ayslin, duda. ¿Qué hace allí? ¿No es absurdo pedir consuelo a quien en este momento la odia?
Pero hay algo en Ayslin que siempre le ha parecido distinto. Una franqueza cruda, dolorosa, pero real. Y ahora, más que nunca, Amara necesita una verdad desnuda.
Golpea la puer