–¡Basta, Kate! ¡No digas estupideces! –grita Úrsula, dando un paso hacia Cristóbal como si con su cuerpo pudiera sellar una verdad que ya se desmorona. – Él me ama a mí. ¡Solo a mí! –agrega con una mezcla de furia y miedo, buscando desesperadamente algo de control en el caos.
Kate, con la mirada desquiciada, sonríe de lado, desencajada, casi sin humanidad. –Entonces van a morir juntos –escupe con una calma helada, mientras le quita el seguro a la pistola. –Por traidores. Por mentirosos. Por creerse mejores que yo.
Sus dedos se cierran sobre el gatillo. Todo se detiene. El aire parece congelarse. Pero en ese instante, un golpe seco estalla desde las sombras. Lucas, silencioso como una sentencia, aparece desde un rincón oscuro de la cabaña. Sin dudarlo, descarga la culata de su arma sobre el cráneo de Kate. El impacto suena a cráneo quebrado. Kate cae al suelo como una marioneta sin cuerdas, su cuerpo flácido golpea la madera con un golpe sordo. El arma rueda por el piso y queda deten