Me llevaron a una sala y empezaron a enseñarme ropa de telas suaves que apenas me atrevía a tocar. Me sentí pequeña, torpe. Me daba miedo tocar esas telas con detalles tan finos que daban miedo de solo rozarlos. Me mostraron vestidos, blusas, zapatos… Todos preciosos, todos ajenos a mí. Ropa que jamás pensé ver en mi vida.
—Esto realzará su figura —comentó una de ellas, colgando sobre mi brazo un vestido azul celeste, tan delicado que parecía una nube.
—Y este resalta el tono de su piel —añadió otra, acercando un conjunto blanco con pequeños bordados dorados.
Yo solo sonreía débilmente, sin saber qué decir, sin atreverme a opinar. Sentía que cualquier palabra me delataría como intrusa. Ellas hablaban de combinar prendas, colores cosas por las cuales yo jamás me había tenido que preocupar en mi vida.
—¿Qué le parece este, señorita? —insistió otra, con un vestido rojo entre las manos.
Tragué saliva.
—Es… muy bonito —susurré.
—¡Perfecto! —respondieron todas al unísono, como si mi tími