Denayt.
Caminaba por el jardín distraída, repasando la lección que me había dejado Adrian; tenía un examen y quería hacerlo bien. No reaccioné hasta que mi frente chocó contra algo frío, sólido; un bloque de hielo en forma de pecho. Retrocedí frotándome la frente y lo vi.
—Vincent…
Balbuceé, con la intención de ser educada, de saludar como corresponde después de tanto tiempo, pero la cortesía se me atragantó en la garganta cuando me encontré cara a cara con un glaciar humano.
—Deberías poner más cuidado por dónde caminas —dijo, seco—. Esto no es un potrero y tú no eres una cabra loca.
Mi bocota me traicionó antes de que pudiera tragar las palabras.
—Si no fuera tan grande no estorbaría tanto… —solté, y al instante supe que había cruzado la raya.
Me tapé la boca con el libro como quien intenta cerrar una falla en una presa. Él no cambió la expresión; sólo una vena le palpitó en la sien, adorno furioso en su rostro de hielo.
Acabé de cavar mi tumba.
—Debería pedirle a Renata que te