Vincent.
Decidí apagar el teléfono. Mis amigos los mismos idiotas que un año atrás me convencieron de celebrar mi cumpleaños insistían en repetir la “hazaña”. No había manera. Si algo aprendí de aquella última y absurda celebración fue que nada bueno salía de ese maldito día.
Ese cumpleaños en particular terminó poniéndome el mundo de cabeza. Ese día Denayt llegó a mi vida a descolocar todo.
Empujé las puertas del comedor con la misma indiferencia de siempre, tenía la intención de cenar en silencio. La mesa estaba servida con uno de mis platos favoritos, pensé que nada podría perturbar mi paz, me equivoqué. Escuché unos pasos, levanté la mirada y la vi.
Vestía de blanco, un simple vestido a la altura de la rodilla, con el cabello suelto y unas sandalias. No era gran cosa, pero su manera de aparecer lo volvía incómodamente visible. Una chispa se encendió de inmediato provocándome fastidio.
Fruncí el ceño, incapaz de disimular mi molestia.
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté con f